Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL EXTRAÑO EN LA COSTA

Historia 38 – Mateo 28:16-20; Marcos 16:14-20; Lucas 24:50-53; Juan 20:26 -21:25; Hechos 1:1-11; I Corintios 15:3-8
Cuando Jesús se les había aparecido a sus discípulos en el día de su resurrección de los muertos, sólo diez de ellos lo vieron porque Judas ya no estaba con ellos, y Tomás, al que le apodaban el Gemelo, (porque era el significado de su otro nombre, Dídimo), no estaba con ellos.

Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!” Pero él respondió: “No creeré que ha resucitado a menos que vea las heridas de los clavos en sus manos, meta mis dedos en ellas y ponga mi mano dentro de la herida en su costado, así yo creeré”. Ocho días después, los discípulos estaban juntos de nuevo, y esa vez Tomás se encontraba con ellos. Las puertas estaban bien cerradas; pero de pronto, igual que antes, Jesús estaba de pie en medio de ellos y dijo: “La paz sea con ustedes”. Entonces le dijo a Tomás: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos; mete tu mano en la herida de mi costado. No te rehúses a creer que yo vivo. Ya no seas incrédulo. ¡Cree en mí!”. Y Tomás exclamó: “¡Mi Señor y mi Dios!” Jesús le dijo: “Tú crees porque me has visto, benditos los que creen sin verme”.

Si recuerdas, el ángel les había dicho a las mujeres en la tumba de Jesús, que sus discípulos debían ir a Galilea para que ahí verían al Señor resucitado. Así que fueron a Galilea y ahí se quedaron algunos días esperando a Jesús. Y Pedro dijo: “Me voy a pescar”. Los demás dijeron: “Nosotros también vamos”. Allí Pedro estaba con los dos hermanos, Santiago  y Juan, Tomás y Natanael y otros dos más. Así que salieron en la barca, pero no pescaron nada en toda la noche.

Al amanecer, vieron a alguien que estaba parado en la costa de la playa, ¡era Jesús!, pero no lo reconocieron. Jesús les preguntó amigablemente: “Amigos, ¿pescaron algo?” Le contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “¡Echen la red a la derecha de la barca y tendrán pesca!” Quizá pensaron que la persona en la costa podía ver con más claridad donde estaban los peces, ya que ellos desde la barca no podían. Entonces el discípulo a quien Jesús amaba le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” Cuando Pedro oyó esto, se puso la túnica y se tiró al agua y se dirigió hacia la orilla a donde estaba Jesús. Los otros seis discípulos se quedaron en la barca y arrastraron la pesada red llena de pescados hasta la orilla.

Cuando llegaron, encontraron el desayuno preparado para ellos; pescado a la brasa y pan. Todos sabían que era el Señor Jesús, y les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Así que Pedro arrastró la red hasta la orilla; y había ciento cincuenta y tres pescados grandes, sin contar los pequeños, y aun así la red no se había roto. Y Jesús les dijo: “¡Ahora acérquense y desayunen!”. Entonces Jesús les sirvió el pan y el pescado, y los siete discípulos desayunaron con su Señor resucitado. Esa fue la tercera vez que se apareció a sus discípulos después de haber resucitado de los muertos; y la séptima vez que se había dejado ver en público.

Después de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro, el que lo había negado tres veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Pedro contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Entonces, alimenta a mis corderos”. Más tarde Jesús le preguntó otra vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Pedro le dijo: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. “Entonces cuida de mis ovejas”, dijo Jesús. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” A Pedro le dolió que Jesús le dijera la tercera vez, y le contestó: “Señor, tú sabes todo. Tú sabes que yo te quiero”. Jesús dijo: “Entonces, alimenta a mis ovejas”. Y Jesús añadió: “¡Sígueme!”. Y Pedro, después de haber negado a Jesús, tres veces declaró su amor por Cristo, y nuevamente tomó su lugar entre los discípulos.

Entonces los seguidores de Jesús se reunieron en un monte en Galilea, quizá el mismo donde Jesús les había predicado el Sermón de la Montaña, como leímos en una de nuestras historias anteriores. Allí reunidos, había más de quinientas personas, y Jesús dejó que todos los vieran. Les dijo: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Estoy con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. Esta fue la octava vez desde su resurrección que se le apareció a la gente. La novena fue cuando se le apareció a Santiago, no el apóstol, sino que al que le llamaban, el hermano del Señor. Quizá era el hijo de José, el carpintero de Nazaret y María. No se sabe de qué platicaron, pero después de esto, Santiago se convirtió en un creyente con mucho fervor.

La décima vez el Salvador resucitado se le apareció a los once discípulos quizá fue en Jerusalén ya que les dijo que no salieran de la cuidad. Debían de esperar la venida del Espíritu, como les había prometido. Y Jesús les dijo: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, les dará poder y hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra”.

Entonces Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad, atravesaron el monte de los Olivos, cerca de la aldea de Betania. Levantó sus manos al cielo y los bendijo. Mientras los bendecía, Jesús fue levantado en una nube mientras ellos observaban, hasta que ya no pudieron verlo. Mientras se esforzaban por verlo ascender al cielo, dos hombres vestidos con túnicas blancas como ángeles les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué están aquí parados, mirando al cielo? Jesús fue tomado de entre ustedes y llevado al cielo, ¡pero un día volverá del cielo de la misma manera en que lo vieron irse!” Entonces los discípulos adoraron al Señor resucitado al verlo ascender al cielo. Y regresaron a Jerusalén llenos de gran alegría; y pasaban todo su tiempo en el templo, adorando a Dios.