Jesucristo – su vida y enseñanzas
LA CORONA DE ESPINAS

Historia 35 – Mateo 26:57-27:26; Marcos 15:1-15; Lucas 22:66-23:25; Juan 18:19-19:16
Después de haber arrestado a Jesús lo llevaron de la casa de Anás a la casa de Caifás, el cual había tomado el título de sumo sacerdote, gracias a los romanos. Allí se habían reunido todos los maestros de la ley religiosa y todos los dirigentes judíos para encontrar a testigos que hubieran escuchado a Jesús decir cosas malvadas. Esta era una excusa para ejecutarlo; pero no podían encontrar a nadie, pues los diferentes testimonios no acordaban uno con el otro.

Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le dijo a Jesús: “Bien, ¿no vas a responder a estos cargos? ¿Qué tienes que decir a tu favor?” Pero Jesús guardó silencio. Y el sumo sacerdote le dijo: “Dinos, ¿eres el Mesías, el Hijo de Dios?” Jesús respondió: “Yo soy; y en el futuro verán al Hijo del Hombre sentado en el lugar de poder, a la derecha de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”. El sumo sacerdote se enfadó y dijo: “¡Qué horribles palabras! Dice que es el Hijo de Dios. ¿Cuál es el veredicto?” Y todos gritaron a una voz: “¡Merece morir!”. Entonces los sirvientes del sumo sacerdote comenzaron a burlarse de Jesús, escupiéndole en la cara y a darle puñetazos. Algunos le daban bofetadas y se burlaban: “¡Profetízanos, Mesías! ¿Quién te golpeó esta vez?” Los principales sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley religiosa, todo el concilio supremo, acordaron en poner a Jesús a muerte. Pero la tierra de los judíos era gobernada por los romanos, y para poner a alguien a muerte tenía que venir del gobernador romano, el cual, en ese tiempo era Poncio Pilato. Así que ataron a Jesús con lazos y todos los dirigentes lo llevaron al palacio de Pilato acompañados de una multitud de gente.

En el principio Judas Iscariote no pensó que matarían a Jesús, aunque él mismo lo había traicionado. Quizá pensó que Jesús realizaría un milagro para salvarse a sí mismo de la manera en que había salvado a tantos. Cuando Judas se dio cuenta de que los líderes religiosos lo habían golpeado, atado y condenado a muerte, y que Jesús no había hecho nada para salvarse; se llenó de remordimiento porque entendió el acto perverso que había hecho. Así que devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos y les dijo: “He pecado, porque traicioné a un hombre inocente”. Y le contestaron: “¿Qué nos importa? Ese es tu problema”. Y cuando Judas vio que no le aceptaban las monedas para librar a Jesús, las tiró en el suelo del templo, salió y se ahorcó. Los principales sacerdotes recogieron las monedas. Y dijeron: “No sería correcto poner este dinero en el tesoro del templo, ya que se usó para pagar un asesinato”. Luego de discutir unos instantes, finalmente decidieron comprar el campo del alfarero y convertirlo en un cementerio para personas extranjeras que no tenían amigos. Todos en Jerusalén le llamaban, Campo de Sangre.

Muy temprano por la mañana, los dirigentes llevaron a Jesús ante Pilato. Pero como Pilato no era de la misma nación que los judíos no pudieron entrar a su casa, sino que él salió y les preguntó: “¿Qué cargos tienen contra este hombre?” Ellos replicaron: “¡No te lo habríamos entregado si no fuera un criminal!” Pilato no quería involucrarse y dijo: “Entonces llévenselo y júzguenlo de acuerdo con la ley de ustedes”. Los líderes le dijeron: “Solo los romanós tienen derecho a ejecutar a una persona. Este hombre ha estado llevando al pueblo por mal camino al decirles que no paguen los impuestos al gobierno romano y al afirmar que él eós el Mesías, el Rey”. Entonces Pilato entró a su residencia y mandó que le trajeran a Jesús; lo vio y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos? ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le respondió: “Mi reino no es un reino terrenal. Si lo fuera, mis seguidores lucharían para impedir que yo sea entregado a los líderes judíos; pero mi reino no es de este mundo”. Pilato dijo: “¿Entonces eres un rey?” Jesús le contestó: “Tú dices que soy un rey. En realidad, yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad de Dios al hombre”. Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?” Y sin esperar una respuesta, salió de nuevo adonde estaba el pueblo y dijo: “Este hombre no es culpable de ningún delito”.

Pilato pensó que Jesús era inofensivo, y no vio una razón suficiente para que los líderes y la gente tuvieran tanta rabia contra él. Sin embargo, siguieron gritando: “Ese hombre alborota a toda la gente en todas partes, de Galilea hasta este palacio”. Cuando Pilato escuchó la palabra “Galilea”, preguntó si Jesús había venido de esa tierra. Y le dijeron que sí. Así que Pilato dijo: “La gente de Galilea está bajo el dominio del dirigente Herodes. Él se encuentra en Jerusalén ahora, mandaré a este hombre a Herodes”.

Así que del palacio de Pilato, mandaron a Jesús aún amarrado, al palacio de Herodes. Este era el mismo Herodes que encarceló a Juan el Bautista y el que le dio la cabeza de Juan a la muchacha que bailó para él; como leímos en una historia anterior. Herodes estaba entusiasmado de ver a Jesús, pues había escuchado muchas cosas de él y hacía tiempo que quería verlo realizar un milagro. Pero Jesús no hacía milagros para dar un buen espectáculo. Herodes le hizo muchas preguntas y Jesús no le respondió ninguna. Él sabía que Jesús era inocente. Entonces Herodes y sus soldados pusieron a Jesús en ridículo y para burlarse de él le pusieron un manto real pretendiendo ser rey; luego lo mandaron de regreso a Pilato.  

Pilato contra su voluntad tuvo que decidir si estaba a favor o en contra de Jesús. Jesús se encontraba en su presencia amarrado, cuando justo en ese momento, la esposa de Pilato le envió el siguiente mensaje: “Deja en paz a ese hombre inocente. Anoche sufrí una pesadilla terrible con respecto a él”. Y Pilato le dijo a los judíos: “Me trajeron a este hombre porque lo acusan de encabezar un revuelta. He examinado al respecto y lo encuentro inocente. Herodes llegó a la misma conclusión. Así que lo haré azotar y luego lo pondré en libertad”. Ustedes saben la costumbre de la fiesta de dejar libre a un prisionero”. En la fiesta dejaban a un prisionero en libertad como señal de regocijo.

En ese tiempo había un prisionero llamado, Barrabás, un ratero y asesino. Pilato le pregunto a la gente: “¿Quieren que les deje en libertad a este “rey de los judíos?”. Pero los líderes incitaron a la multitud para que exigiera la libertad de Barrabás en lugar de la de Jesús. Y ellos contestaron a gritos: “¡No!, a ese hombre, no. ¡Queremos a Barrabás!” Pilato dijo: “Entonces, ¿qué hago con Jesús?” Le contestaron a gritos: “¡Crucifícalo! ¡Que muera en la cruz!” Pilato quería desesperadamente salvarle la vida a Jesús. Y para demostrar esto mandó a buscar un recipiente con agua y se lavó las manos delante de la multitud a la vez que decía: “Soy inocente de la sangre de este buen hombre”. Y la gente respondió a gritos: “¡Nos haremos responsables de su muerte, nosotros y nuestros hijos! ¡Crucifícalo, mándalo a la cruz!”.

Entonces, para complacer a la gente hizo lo que le pidieron; dejó a Barrabás en libertad aunque era un ratero y asesino. Sin embargo, antes de hacer lo que le pedían, trató de rescatarle la vida una vez más. Mandó a azotar a Jesús con un látigo hasta sangrarlo, con la esperanza que esto apaciguara a la gente. Como se decía que Jesús era un rey, el soldado que lo golpeó armó una corona con ramas de espinos y se la pusieron en la cabeza y lo vistieron con un manto púrpura como los que usaban los reyes. Entonces lo saludaban y se mofaban: “¡Viva el rey de los judíos!” Con la esperanza de despertar compasión por Jesús, Pilato lo sacó para que la gente lo viera con la corona de espinas y el manto púrpura que le habían puesto; y dijo: “Miren a este hombre”. Pero siguieron gritando: “¡Crucifícalo! ¡Mándalo a la cruz!” Finalmente Pilato cedió a la petición de la gente. Se sentó en su trono y dio órdenes para que crucificaran a Jesús, aunque él bien sabía que era un hombre bueno.