Jesucristo – su vida y enseñanzas
LAS ÚLTIMAS VISITAS DE JESÚS AL TEMPLO

Historia 31 – Mateo 21:18-23:39; Marcos 11:12-12:44; Lucas 19:45-21:4
El lunes por la mañana, el segundo día de la semana, Jesús se levantó muy temprano y sin desayunar se fue con sus discípulos al monte de los Olivos rumbo a Jerusalén. Jesús vio que a cierta distancia había una higuera frondosa, así que se acercó para ver si encontraba higos; pero sólo tenía hojas porque aún no había comenzado la temporada de los higos. La ley judía permitía a cualquiera que pasaba por un árbol que comiera de éste aunque no le perteneciera. Pero no podían llevarse el fruto para después, tenían que comérselo allí mismo. Cuando vio que la higuera no tenía fruto, dijo en presencia de sus discípulos: “¡Qué nadie jamás vuelva a comer tu fruto!” Luego siguió rumbo a Jerusalén. Después veremos por qué dijo estas palabras y lo que ocurrió con ellas.

Si recuerdas, cuando Jesús vino a Jerusalén la primera vez que empezó a predicar, corrió a toda la gente en el templo porque lo había hecho un mercado con gente vendiendo y comprando, y cambiando dinero. Habían pasado tres años, y nuevamente cuando llegó al templo, encontró a comerciantes cambiando dinero, vendiendo bueyes, ovejas y palomas para sacrificios. Y nuevamente entró en el templo y comenzó a echar a los comerciantes y les prohibió que usaran el templo como un mercado. Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas. Y a cualquiera que veía cargando canastas hacia el templo, los detenía haciéndolos que se regresaran. Les dijo a todos: “Las Escrituras declaran: - Mi templo será llamado casa de oración para todas las naciones”, pero ustedes lo han convertido en una cueva de ladrones”.

Los judíos habían puesto una ley de no permitir la entrada al templo a los ciegos y cojos. Querían que solamente entrara al templo gente sin defecto físico; se les había olvidado que Dios no ve el físico de la gente sino que los corazones. Y cuando Jesús vio a muchos ciegos y cojos afuera del templo, los dejó entrar y allí mismo los sanó. Los niños que amaban mucho a Jesús lo vieron en el templo y, junto con los mayores aclamaban: “¡Alaben a Dios por el Hijo de David!”. Los principales sacerdotes y los escribas se disgustaron al oír a esos niños en el templo. Indignados le preguntaron a Jesús: “¿Oyes lo que dicen esos niños?” Y Jesús les contesto: “Sí. ¿No han leído en los salmos?, dice: - A los niños y a los bebés les has enseñado a darte alabanza”. Mucha gente común vino con gusto para escuchar a Jesús. Su enseñanza era simple con muchas historias y parábolas. Pero los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa se enfurecieron y comenzaron a planificar cómo matarlo; pero tenían miedo de Jesús, porque multitudes lo rodeaban.

Jesús se pasó todo el día enseñándoles, y al anochecer cruzó el monte de los Olivos y regresó a Betania donde estaba a salvo con sus amigos. A la mañana siguiente del martes antes de la Pascua, Jesús fue nuevamente al monte de los Olivos con sus discípulos. Pasaron la higuera que Jesús había maldecido, y los discípulos notaron que se había marchitado desde la raíz. Pedro exclamó: “¡Mira Maestro! ¡La higuera que maldijiste se marchitó y murió!”. Entonces Jesús les dijo a todos ellos: “Tengan fe en Dios. Les digo la verdad, ustedes no sólo pueden hacer lo que se le hizo a la higuera, sino que pueden decir a esta montaña: - Levántate y échate al mar -, y sucederá. Pueden orar por cualquier cosa y si creen que lo han recibido, será suyo”. Y nuevamente regresó al templo para enseñar a la gente.

Jesús les contó la Parábola de la gran fiesta: “Había cierto rey que preparó una gran fiesta de bodas para su hijo. Cuando el banquete estuvo listo, el rey envió a sus sirvientes para llamar a los invitados. ¡Pero todos se negaron a asistir! Entonces envió a otros sirvientes a decirles: - La fiesta está preparada. Se han matado los toros y las reses engordadas, y todo está listo. ¡Vengan al banquete!-. Pero las personas a quienes habían invitado no hicieron caso y siguieron su camino: uno se fue a su granja y otro a su negocio. Otros agarraron a los mensajeros, los insultaron y los mataron. El rey se puso furioso, y envió a su ejército para destruir a los asesinos y quemar su ciudad. Y les dijo a los sirvientes: - La fiesta de bodas está lista y las personas a las que invité no son dignas de tal honor. Ahora salgan a las esquinas de las calles e inviten a todos los que vean- . Entonces los sirvientes llevaron a todos los que pudieron encontrar, tanto buenos como malos, ricos y pobres, y la sala del Banquete se llenó de invitados. A todos los invitados se les dieron prendas de vestir adecuadas para el festejo; pero cuando el rey entró para recibir a los invitados, notó que había un hombre que no estaba vestido apropiadamente para una boda, y le dijo: “Amigo, ¿cómo es que estás aquí sin ropa de bodas?”. Pero el hombre no tuvo respuesta. Entonces el rey dijo a sus asistentes: - Átenlo de pies y manos y arrójenlo a la oscuridad de afuera, donde habrá llanto y rechinar de dientes-. Pues muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”.

Los enemigos de Jesús tenían una idea de cómo meterlo en problemas con la gente y con los romanos, los cuales eran los dirigentes de la nación. Entonces enviaron a algunos hombres que pretendían ser honestos, pero en sus corazones intentaban destruir a Jesús. Cuando lo encontraron le preguntaron: “Maestro, sabemos lo honesto que eres. Enseñas con verdad el camino de Dios. Eres imparcial y no tienes favoritismos. Ahora bien, dinos qué piensas de lo siguiente: ¿Es correcto que paguemos impuestos al César o no?”

Si Jesús decía, “se debe pagar impuestos”, estos hombres podrían decirle al pueblo: “Jesús es amigo de los romanos y enemigos de los judíos”; y de esa manera la gente se alejaría de él. Pero si decía, “No es bueno pagar impuestos, no los paguen”, entonces podían decirle al gobernador romano que Jesús no obedecía la ley, y así el gobernador lo arrestaría o lo pondría a muerte. Así que con cualquier respuesta dada, pensaban que Jesús se metería en problemas.

Pero Jesús conocía sus malas intenciones y corazones; y les dijo: “Veamos, muéstrenme la moneda que se usa para el impuesto”. Cuando le entregaron una moneda romana de plata, la vio y les preguntó: “¿A quién pertenecen la imagen y el título grabados en la moneda?” Ellos contestaron: “Al César, el emperador romano.” Jesús les dijo: “Bien, entonces den al César lo que pertenece al César y den a Dios lo que pertenece a Dios”. Su respuesta los dejó asombrados y no tenían nada qué decir. Le hicieron más preguntas, y con las respuestas de Jesús los dejaba callados. Luego Jesús les dijo a sus enemigos sus últimas palabras. Les dijo que su maldad traería la furia de Dios sobre ellos.

Jesús se encontraba en la parte del templo donde estaban todas las cajas con el dinero que la gente ofrendaba cuando iban a la adoración. Esta sección se llamaba, “la tesorería”. Los ricos depositaban mucho dinero en la caja de las ofrendas. Luego pasó una viuda pobre y echó dos monedas pequeñas, eran de muy poco valor. Jesús dijo: “Les digo la verdad, esta viuda pobre ha dado más que todos los demás. Pues ellos, dieron una mínima parte de lo que les sobraba, pero ella, con lo pobre que es, dio todo lo que tenía”. Y con estas palabras, se levantó y salió del templo por última vez. Esta fue la última vez que la voz de Jesús resonaría en esas paredes.