Jesucristo – su vida y enseñanzas
ALGUNAS PARÁBOLAS EN PEREA

Historia 27 – Lucas 12:1-15:32
Jesús se fue con sus discípulos a la tierra de Perea al este del Jordán. Este era el único lugar que le faltaba por visitar. La gente sabía de Jesús por medio de los setenta que él había mandado antes. Grandes multitudes venían para escuchar su mensaje. Entonces alguien de la multitud exclamó: “Maestro, por favor, dile a mi hermano que divida la herencia de nuestro padre conmigo”. Jesús le dijo: “Amigo, ¿quién me puso por juez sobre ustedes para decidir cosas como esa? ¡Tengan cuidado con toda clase de avaricia! La vida no se mide por cuánto tienen”.

Luego les contó la Parábola del rico insensato: “Un hombre rico tenía un campo fértil que producía buenas cosechas. Se dijo así mismo: - ¿Qué debo hacer? No tengo lugar para almacenar todas mis cosechas - . Entonces pensó: - Ya sé. Tiraré abajo mis graneros y construiré unos más grandes. Así tendré lugar suficiente para almacenar todo mi trigo y mis otros bienes. Luego me pondré cómodo y me diré a mí mismo: ‘Amigo mío, tienes almacenado para muchos, años. ¡Relájate! ¡Come y bebe y diviértete!’. Pero Dios le dijo: - ¡Necio! Vas a morir esta misma noche. ¿Y quién se quedará con todo aquello por lo que has trabajado?”. Después Jesús dijo: “Así es, el que almacena riquezas terrenales pero no es rico en su relación con Dios, es un necio”.

Cierto sábado Jesús estaba enseñando en la iglesia, vio que entró una mujer que había estado encorvada por dieciocho años y no podía pararse derecha. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: “Apreciada mujer, ¡estás libre de tu mal!”. Luego la tocó y, al instante, ella pudo enderezarse. ¡Cómo alabó ella al Señor! En cambio, el líder a cargo de la sinagoga se indignó de que Jesús la sanara en un día de descanso. Le dijo a la multitud: “Hay seis días en la semana para trabajar. Vengan esos días para ser sanados, no el día de descanso”.

Así que el Señor respondió: “¡Hipócritas! Cada uno de ustedes trabaja el día de descanso. ¿Acaso no desatan su buey o su burro y lo sacan del establo el día de descanso y lo llevan a tomar agua? Esta apreciada mujer, una hija de Abraham, estuvo esclavizada por Satanás durante dieciocho años. ¿No es justo que sea liberada, aun en el día de descanso?” Y sus enemigos no dijeron nada; pero toda la gente se alegraba de las cosas maravillosas que él hacía.

Una vez, Jesús fue invitado a una cena, y le dijo al que lo había invitado: “Cuando haces una cena, ¿no invitas a tus amigos y a los ricos con la esperanza que te inviten después? Pero cuando hagas un festejo, invita a los pobres, a los paralíticos, los ciegos, a los que no tienen nada que ofrecerte, a los que no pueden invitarte después. No ganas nada con invitarlos, pero Dios te dará tu recompensa cuando el tiempo sea apropiado”.

Una gran multitud seguía a Jesús. Él se dio vuelta y les dijo: “Si quieres ser mi discípulo, debes amarme más a mí que a los demás – a tu padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas – sí, hasta tu propia vida. De lo contrario, no puedes ser mi discípulo. Pues, ¿quién comenzaría a construir un edificio sin primero calcular el costo para ver si hay suficiente dinero para terminarlo? De no ser así, tal vez termines sólo los cimientos antes de quedarte sin dinero, y entonces todos se reirán de ti. Dirán: “¡Ahí está el que comenzó un edificio y no pudo terminarlo!”. ¿O qué rey entraría en guerra con otro rey sin primero sentarse con sus consejeros para evaluar si su ejército de diez mil puede vencer a los veinte mil soldados que marchan contra él? Y, si no puede, enviará una delegación para negociar las condiciones de paz mientras el enemigo todavía esté lejos. Así que no puedes convertirte en mi discípulo sin dejar todo lo que posees”.

En la multitud que escuchaba a Jesús había muchos publicanos, los que cobraban impuestos; a lo igual que otros “pecadores de mala fama”, como los llamaban los fariseos y los escribas. Los enemigos de Jesús se quejaban: “Este hombre se junta con semejantes pecadores, ¡y hasta come con ellos!”. Entonces Jesús les contó la Parábola de la oveja perdida. La contó para explicarles porque se juntaba con “los pecadores”. Jesús dijo: -Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿qué hará? ¿No dejará las otras noventa y nueve en el desierto y saldrá a buscar la perdida hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, la cargará con alegría en sus hombros y la llevará a su casa. Cuando llegue, llamará a sus amigos y vecinos y les dirá: “Alégrense conmigo porque encontré mi oveja pedida”. De la misma manera, ¡hay más alegría en el cielo por un pecador perdido que se arrepiente y regresa a Dios que por noventa y nueve justos que no se extraviaron! 

Jesús les contó también la Parábola de la moneda perdida. Les dijo: - O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No encenderá una lámpara y barrerá toda la casa y buscará con cuidado hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, llamará a sus amigos y vecinos y les dirá: “¡Alégrense conmigo porque encontré mi moneda perdida!”. De la misma manera, hay alegría en presencia de los ángeles de Dios cuando un solo pecador se arrepiente”.

A lo igual les contó la Parábola del hijo pródigo. Pródigo es alguien que derrocha todo lo que tiene, tal y como lo hace el joven en nuestra siguiente parábola. Jesús les dijo: - Un hombre tenía dos hijos. El hijo menor le dijo al padre: “Quiero la parte de mi herencia ahora, antes de que mueras”. Entonces el padre accedió a dividir sus bienes entre sus dos hijos. Pocos días después, el hijo menor empacó sus pertenencias y se mudó a una tierra distante, donde derrochó todo su dinero en una vida desenfrenada. Al mismo tiempo que se le acabó el dinero, hubo una gran hambruna en todo el país, y él comenzó a morirse de hambre. Convenció a un agricultor para que lo contratara, y el hombre lo envió al campo para que diera de comer a sus cerdos. El joven llegó a tener tanta hambre que hasta las algarrobas con las que alimentaba a los cerdos le parecían buenas para comer, pero nadie le dio nada.

Cuando finalmente entró en razón, se dijo a sí mismo: “En casa, hasta los jornaleros tienen comida de sobra, ¡y aquí estoy yo, muriéndome de hambre! Volveré a la casa de mi padre y le diré: - Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de que me llamen tu hijo, te ruego que me contrates como jornalero”. Entonces regresó a la casa de su padre, y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de que me llamen tu hijo”.

Sin embargo, su padre dijo a los sirvientes: “Rápido, traigan la mejor túnica que haya en la casa y vístanlo. Consigan un anillo para su dedo y sandalias para sus pies. Maten el ternero que hemos engordado. Tenemos que celebrar con un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ahora ha vuelto a la vida; estaba perdido y ahora ha sido encontrado”. Mientras tanto, el hijo mayor estaba trabajando en el campo. Cuando regresó, oyó la música y baile en la casa, y preguntó a uno de los sirvientes qué pasaba. Y le dijeron: “Tu hermano ha vuelto y tu padre mató el ternero engordado. Celebramos porque llegó a salvo”.

El hermano mayor se enojó y no quiso entrar. Su padre salió y le suplicó que entrara, pero él respondió: “Todos estos años, he trabajado para ti como un burro y nunca me negué a hacer nada de lo que me pediste. Y en todo ese tiempo, no me diste ni un cabrito para festejar con mis amigos. Sin Embargo, cuando este hijo tuyo regresa después de haber derrochado tu dinero, ¡matas el ternero engordado para celebrar!” Su padre le dijo: “Mira, querido hijo, tú siempre has estado a mi lado y todo lo que tengo es tuyo. Teníamos que celebrar este día feliz. ¡Pues tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida! ¡Estaba perdido y ahora ha sido encontrado!”

Con estas parábolas Jesús les enseñó que no había venido a buscar los que eran perfectos y no estaban en necesidad de él, sino a los pecadores en necesidad de él.