Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL BUEN PASTOR Y EL BUEN SAMARITANO

Historia 25 – Juan 10:1-41; Lucas 10:1-37
Después que Jesús curara al hombre ciego, les contó la parábola o historia de El buen pastor: – Les digo la verdad, el que trepa por la pared de un redil a escondidas en lugar de entrar por la puerta ¡con toda seguridad es un ladrón y un bandido! Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El portero le abre la puerta, y las ovejas reconocen la voz del pastor y se le acercan. Él llama a cada una de sus ovejas por su nombre y las lleva fuera del redil. Una vez reunido su propio rebaño, camina delante de las ovejas, y ellas lo siguen porque conocen su voz. Nunca seguirán a un desconocido, porque conocen su voz.

Los que oyeron a Jesús, no entendieron lo que quiso decir, entonces les dio la explicación: “Les digo la verdad, yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes que yo eran ladrones y bandidos, pero las verdaderas ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta; los que entren a través de mí serán salvos. Entrarán y saldrán libremente y encontrarán buenos pastos. El propósito del ladrón es robar y matar y destruir; mi propósito es darles una vida plena y abundante. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas. El que trabaja a sueldo sale corriendo cuando ve que se acerca un lobo; abandona las ovejas, porque no son suyas y él no es su pastor. Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, como también mi Padre me conoce a mí, y yo conozco a mi Padre. Así que sacrifico mi vida por las o vejas. Además, tengo otras ovejas que no están en este redil, también las debo traer. Ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor”.

Los judíos no entendían estas palabras que Jesús decía. Se enojaron con él porque decía que Dios era su Padre. Tomaron piedras y trataron de arrestarlo para matarlo; pero Jesús escapó y se fue al otro lado del río Jordán, cerca de donde Juan el Bautista bautizaba al principio, un lugar llamado, “Betsaida, más allá del Jordán”. De ahí, Jesús quería ir al este del Jordán a un lugar llamado, “Parea”, que significa: “más allá”. Antes que hiciera su viaje, mandó a setenta hombres que escogió de entre sus seguidores.

Los envió de dos en dos delante de él a todas las ciudades y los lugares que tenía pensado visitar. Y les dio las siguientes instrucciones de la misma manera que les había dado a sus discípulos: “Vayan, y recuerden que los envío como ovejas en medio de lobos. No lleven con ustedes nada de dinero, ni bolso de viaje, ni un par de sandalias de repuesto; y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Vayan por las aldeas y ciudades curando a los enfermos y predicando esto: – El reino de Dios ahora está cerca de ustedes. El que tenga oídos, que escuche; el que los rechaza a ustedes a mí me rechaza, y no me oirán, ni oirán al que me mandó”.

Cuando los setenta hombres regresaron, le informaron a Jesús: “¡Señor, hasta los demonios nos obedecen cuando usamos tu nombre!” Y Jesús les dijo: “Vi a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren, les he dado autoridad sobre todos los poderes del enemigo; pueden caminar entre serpientes y escorpiones y aplastarlos. Nada les hará daño, pero no se alegren de que los espíritus malignos los obedezcan; alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo”. Y en ese momento, uno de los escribas, (hombres que escribías copias de los libros del Antiguo Testamento y las enseñaban), se le acercó a Jesús y para ver la respuesta que le daría, le preguntó:

“Maestro, ¿qué debo hacer para tener vida eterna?” Jesús le contestó al escriba: “¿Qué dice la ley de Moisés? Tú que la estudias, ¿cómo la interpretas?” Y el escriba le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “¡Correcto! ¡Haz eso y tendrás vida eterna!” Pero el hombre no estaba satisfecho, y le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?”.

Para contestarle esta pregunta, Jesús le contó la parábola de El buen samaritano. Le dijo: “Cierto hombre bajaba solo de Jerusalén a Jericó y fue atacado por ladrones. Le quitaron la ropa, le pegaron y lo dejaron medio muerto al costado del camino. Un sacerdote pasó por allí de casualidad, pero cuando vio al hombre en el suelo, cruzó al otro lado del camino y siguió de largo. Un levita pasó y lo vio allí tirado, pero también siguió de largo por el otro lado. Entonces pasó un samaritano despreciado y, cuando vio al hombre, sintió compasión por él. Se le acercó y le alivió las heridas con vino y aceite de oliva, y se las vendó. Luego subió al hombre en su propio burro y lo llevó hasta un alojamiento, donde cuidó de él. Al día siguiente, le dio dos monedas de plata al encargado de la posada y le dijo: – Cuida de este hombre. Si los gastos superan esta cantidad, te pagaré la diferencia la próxima vez que pase por aquí”.

Jesús preguntó: “Ahora bien, ¿cuál de los tres te parece que fue el prójimo del hombre atacado por los bandidos?” El hombre contestó: “El que mostro compasión”. Entonces Jesús le dijo: “Así es, ahora ve y haz lo mismo”. Esta parábola nos enseña que nuestro “prójimo” es el quien necesita de cualquier ayuda que podamos darle, no importa quién sea.