Jesucristo – su vida y enseñanzas
LA FIESTA DEL TABERNÁCULO

Historia 23 – Mateo 8:19-22; Lucas 9:57-62; 10:38-42; 17:1-19; Juan 7:2-52
La “Fiesta del Tabernáculo”, se celebraba cada año en el otoño en Jerusalén. Ésta era para recordarle al pueblo de Israel que salió del cautiverio de Egipto y de los cuarenta años que pasaron en el desierto; esto ocurrió más de mil años antes que Jesús naciera. Gente de todas partes asistía a esta fiesta para adorar en el templo. Todos acampaban en tiendas de campaña al aire abierto, tal y como lo habían hecho en el desierto. Alrededor de toda la ciudad se podía ver todo el campamento donde dormían.

Jesús y sus discípulos partieron de Galilea a Jerusalén para asistir al festejo. En eso, se le acercó un hombre a Jesús que había estado escuchándolo y le dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Y Jesús le dijo: “Los zorros tienen cuevas donde vivir y los pájaros tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene ni siquiera donde recostar la cabeza”. Entonces Jesús le dijo a otro hombre: “Sígueme”. Y el hombre le dijo: “Señor deja que primero regrese y entierre a mi padre y luego voy contigo”. Pero Jesús le dijo: “¡Deja que los muertos entierren a sus propios muertos! Tu deber es ir a predicar acerca del reino de Dios”. Y otro dijo: “Señor, te seguiré, pero primero deja que vaya a mi casa y me despida de mi familia”. Jesús le dijo: “El que pone la mano en el arado y luego mira atrás no es apto para el reino de Dios”.

En su camino a Jerusalén pasaron por la región de Samaria, donde la gente odiaba a los judíos. En cierta aldea, los samaritanos no dejaban que Jesús pasara con sus discípulos, porque se daban cuenta que eran judíos rumbo a Jerusalén. Los discípulos se disgustaron al ver cómo trataban a su Maestro, entonces Santiago y Juan le preguntaron a Jesús: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que los consuma; como lo hizo el profeta Elías?” Pero Jesús no les permitió que les hicieran esto a sus enemigos. Les dijo: “El espíritu de ustedes, no es el espíritu del reino. El Hijo del Hombre no ha venido a destruir vidas, sino a salvarlas”.

Y fueron a encontrar otro lugar para descansar. Al entrar a una aldea, se encontraron con diez leprosos, (la misma enfermedad que tenía Naamán). Estos hombres habían oído de Jesús y de su gran poder para curar; y cuando lo vieron gritaron: “¡Jesús! ¡Maestro! ¡Ten compasión de nosotros!" Jesús los miró y les dijo: “Vayan y preséntense a los sacerdotes”. Cuando algún leproso quedaba limpio, antes que fuera a su casa tenía que ir ante el sacerdote y hacer una ofrenda de acción de gracias a Dios.

Y, mientras ellos iban, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, cuando vio que estaba sano, volvió a Jesús, y exclamó: “¡Alaben a Dios!”. Y cayó al suelo, a los pies de Jesús, y le agradeció por lo que había hecho. Ese hombre no era judío, era samaritano. Cuando Jesús lo vio le preguntó: “¿No sané a diez hombres? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Ninguno volvió para darle gloria a Dios excepto este extranjero?” Y Jesús le dijo al hombre: “Levántate y sigue tu camino. Tu fe te ha sanado”.

Jesús llegó en la mitad de la fiesta, ya que duraba por toda una semana. Subió al templo y comenzó a enseñar y todos se maravillaban con lo que decía. El último día del festival, el más importante, era cuando la gente traía agua para derramarla en el templo, Jesús se puso de pie y gritó a la multitud: “¡Todo el que tenga sed puede venir a mí! ¡Todo el que crea en mí puede venir y beber! De su corazón, brotarán ríos de agua viva”.

Mientras Jesús estaba enseñándoles en Jerusalén, a menudo iba a la aldea de Betania en el monte de los Olivos. Allí se quedó con la familia de Marta, su hermana María y su hermano Lázaro. Ellos eran amigos de Jesús, y le encantaba pasar tiempo con ellos. Un día, cuando Jesús estaba con ellos, María se sentó a los pies del Señor a escuchar sus enseñanzas, pero Marta estaba distraída con los preparativos para la gran cena. Entonces se acercó a Jesús y le dijo: “Maestro, ¿no te parece injusto que mi hermana esté aquí sentada mientras yo hago todo el trabajo? Dile que venga a ayudarme”. Pero Jesús le dijo: “Mi apreciada Marta, ¡estás preocupada y tan inquieta con todos los detalles! Hay una sola cosa por la que vale la pena preocuparse. María la ha descubierto, y nadie se la quitará”.