Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL NIÑO EN LOS BRAZOS DE JESÚS

Historia 22 – Mateo 17:24-18:35; Marcos 9:33-48; Lucas 9:46-50
Jesús y sus discípulos fueron de Cesarea Filipo en el norte, hacia Galilea; pero esta vez las multitudes no los seguían. Era mejor para Jesús que no supieran de su llegada. Ya le había predicado a esa región antes, y ahora lo que quería era estar solo con sus discípulos.

Cuando llegaron a Capernaúm, el oficial que les cobraba los impuestos a los judíos, (como treinta centavos por persona), le dijo a Pedro: “¿Tu maestro no paga el impuesto del templo?” Pedro le contestó: “Sí, lo paga”. Luego entró en la casa, pero antes de tener oportunidad de hablar, Jesús le preguntó: “¿Qué te parece, Pedro? Los reyes, ¿cobran impuesto a su propia gente o a la gente que han conquistado?” Pedro contestó: “Se los cobran a los que han conquistado”. Jesús le dijo: “Muy bien, entonces, ¡los hijos del rey quedan exentos! Sin embargo, no queremos que se ofendan, así que desciende al lago y echa el anzuelo. Abre la boca del primer pez que saques y allí encontrarás una gran moneda de plata. Tómala y paga mi impuesto y el tuyo”.

Cuando estaban en la casa, Jesús les preguntó a sus discípulos: “¿Qué venían conversando en el camino?” Pero no le contestaron porque venían discutiendo sobre quién de ellos era el más importante en el reino de Dios. Luego les dijo: “Quien quiera ser el primero, debe tomar el último lugar y ser el sirviente de todos los demás”. Entonces puso a un niño pequeño en medio de ellos. Y, tomándolo en sus brazos, les dijo: “Les digo la verdad, a menos que se aparten de sus pecados y se vuelvan como niños, nunca entrarán en el reino del cielo. Así que el que se vuelva tan humilde como este pequeño es el más importante en el reino del cielo. Todo el que recibe de mi parte a un niño pequeño como este, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a cualquiera de estos pequeños. Les digo que, en el cielo, sus ángeles siempre están en la presencia de mi Padre celestial.  Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que está perdido; y no es la voluntad del Padre que está en el cielo que uno de estos pequeñitos perezca”.

Luego Pedro se le acercó y preguntó: “Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí? ¿Siete veces?” Jesús le respondió: “No siete veces, sino setenta veces siete”. Entonces, Jesús les dijo a sus discípulos la parábola o historia del Siervo Ingrato: “Había un rey que decidió poner al día las cuentas con los siervos que le habían pedido prestado dinero. En el proceso, le trajeron a uno de sus deudores que le debía como diez millones de dólares. No podía pagar, así que su amo ordenó que lo vendieran junto con su esposa, sus hijos y todo lo que poseía para pagar la deuda. El hombre cayó de rodillas ante su amo y le suplicó: – Por favor, tenme paciencia y lo pagaré todo.

Entonces el amo sintió mucha lástima por él, y lo liberó y le perdonó la deuda. Pero cuando el hombre salió de la presencia del rey, se encontró con otro siervo que le debía como diez dólares. Lo tomó del cuello y le exigió que le pagara de inmediato. El hombre cayó de rodillas ante él y le rogó que le diera un poco más de tiempo y le suplicó: – Ten paciencia conmigo, y yo te pagaré. Pero el otro hombre no estaba dispuesto a esperar. Hizo arrestar al hombre y lo puso en prisión hasta que pagara toda la deuda.

Cuando algunos de los otros siervos vieron eso, se disgustaron mucho. Fueron ante el rey y le contaron todo lo que había sucedido. Y el rey llamó al hombre y le dijo: – ¡Siervo malvado! Te perdoné esa tremenda deuda porque me lo rogaste. ¿No deberías haber tenido compasión de tu compañero así como yo tuve compasión de ti? Entonces el rey enojado, envió al hombre a la prisión para que lo torturaran hasta que pagara toda la deuda. Eso es lo que les dará mi Padre celestial a ustedes si se niegan a perdonar de corazón a sus hermanos”.