Jesucristo – su vida y enseñanzas
LA FIESTA JUNTO AL MAR Y LO QUE PASÓ DESPUÉS

Historia 19 – Mateo 14:13-36; Marcos 6:30-56; Lucas 9:10-17; Juan 6:1-71
Cuando los doce discípulos regresaron de su viaje entre las aldeas de Galilea, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho y lo que habían predicado. Ahora la cantidad de gente que buscaba a Jesús, era aún más grande. Nuevamente, la Pascua se acercaba, y muchos que iban rumbo a Jerusalén se detenían para escuchar al Maestro. Mucha gente iba y regresaba y casi no tenía tiempo para comer. Jesús les dijo a los doce: “Vayamos solos a un lugar tranquilo para descansar un rato”.

Así que salieron en la barca a un lugar tranquilo, donde pudieran estar a solas, fueron a un lugar cerca de la ciudad de Betsaida. Pero muchos los reconocieron y los vieron salir, y gente de muchos pueblos corrió a lo largo de la orilla y llegó antes que ellos. Cuando Jesús salió de la barca, vio a la gran multitud y tuvo compasión de ellos. Entonces comenzó a enseñarles muchas cosas y a sanarlos.

Al atardecer, los discípulos le dijeron a Jesús: “Este es un lugar alejado y ya se está haciendo tarde. Despide a las multitudes para que puedan ir a las aldeas a comprarse comida”. Jesús les dijo: “Eso no es necesario; denles ustedes de comer” Ellos le contestaron: “¿Con qué? ¿O esperas que vayamos al pueblo y compremos suficiente comida para toda esta gente?” Jesús se volteó a Felipe, uno de sus discípulos y le dijo: “Felipe, ¿dónde podemos comprar pan para alimentar a toda esta gente?” Jesús lo estaba poniendo a prueba, porque ya sabía lo que iba a hacer. Felipe al ver la multitud de más de cinco mil hombres, no contando mujeres y niños, le contestó: “¡Aunque tengamos treinta dólares de pan, no sería suficiente para alimentar a esta gente!”

Entonces Andrés, el hermano de Pedro dijo: “Aquí hay un muchachito que tiene cinco panes y dos pescados. ¿Pero qué sirven ante esta enorme multitud?” Jesús les dijo a sus discípulos: “Díganles a todos que se sienten. Siéntenlos en grupos de cincuenta y de cien.” Y todos se sentaron en orden en la hierba verde; todos juntos parecían como un campo de flores de diferentes colores.

Luego, Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados que el muchachito había traído, miró hacia el cielo y los bendijo. Y a medida que partía los panes y pescados en trozos, se los daba a sus discípulos para que los distribuyeran entre la gente. Todos comieron cuanto quisieron, y habían quedado satisfechos. Luego Jesús les dijo a sus discípulos: “Junten el resto de pan y pescado que sobró para que no se desperdicie.” Y los discípulos pasaron canastas para poner lo que había sobrado; juntaron doce canastas llenas de pan y pescado.

La gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, que había uno que podía darles comida a todos; al momento estaban listos para hacerlo su propio rey y romper el yugo de los romanos. Jesús era un Rey, pero no de la clase que ellos querían. Su reino estaba en los corazones de aquellos que lo querían, no era un reino con soldados. Se dio cuenta que hasta sus discípulos estaban dispuestos a hacerlo rey a la fuerza.

Inmediatamente después, Jesús insistió en que sus discípulos regresaran a la barca y comenzaran a cruzar el lago hacia Capernaúm, pero ellos no querían. Después de despedirse de la multitud, subió a las colinas para orar a solas. Mientras que él estaba orando en la noche, se levantó un viento fuerte sobre ellos y el mar se agitó mucho. Jesús vio que se encontraban en serios problemas, pues remaban con mucha fuerza y luchaban contra el viento y las olas, pero ellos no podían verlo. Después de un rato, la tormenta aún estaba fuerte, y Jesús se acercó a  ellos caminando sobre el agua, como si estuviera caminando en el piso. Cuando los discípulos lo vieron caminar sobre el agua, quedaron aterrados. Llenos de miedo, clamaron: “¡Es un fantasma!” Pero Jesús les habló de inmediato: “No tengan miedo. ¡Tengan ánimo! ¡Yo estoy aquí!” Y ahí se dieron cuenta que era su Señor.

Entonces Pedro lo llamó: “Señor, si realmente eres tú, ordéname que vaya hacia ti caminando sobre el agua.” Jesús le dijo: “Sí, ven.” Entonces Pedro se bajó por el costado de la barca y caminó sobre el agua hacia Jesús, pero cuando vio el fuerte viento y las olas, se aterrorizó y comenzó a hundirse. “¡Sálvame, Señor!”, Pedro gritó. De inmediato Jesús extendió la mano y lo agarró diciéndole: “Tienes poca fe. ¿Por qué dudaste de mí?”

Cuando se subieron de nuevo a la barca, el viento se detuvo. Se maravillaron mucho al ver esto, y entonces lo adoraron; exclamaron: “¡De verdad eres el Hijo de Dios!” Al amanecer, después de cruzar el lago, arribaron a Genesaret, una llanura al sur de Capernaúm. Cuando la gente reconoció a Jesús, les trajeron a todos los enfermos para que fueran sanados. Le suplicaban que permitiera a los enfermos tocar al menos el fleco de su túnica, y todos los que tocaban a Jesús eran sanados.

Luego de esto, Jesús regresó a Capernaúm y fue a la sinagoga. Había un gentío ahí, y algunos de ellos habían participado en la comida de los panes y pescados. La gente quería que Jesús les diera de comer de la misma manera que lo había hecho días anteriores, así que les dijo: “No se preocupen tanto por las cosas que se echan a perder, tal como la comida. Pongan su energía en buscar la  vida eterna que puede darles el Hijo del Hombre”. Y ellos le dijeron: “Muéstranos una señal milagrosa para saber que vienes de Dios. Después de todo, Moisés le dio de comer maná a nuestros antepasados. ¿Tú qué puedes hacer?”

Jesús les respondió: “No fue Moisés quien les dio el pan del cielo, fue Dios. Y ahora él les ofrece el verdadero pan del cielo, pues el verdadero pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo”. Cuando se dieron cuenta que Jesús no iba a enseñarles milagros, se dieron la media vuelta y se fueron; aunque pocos días atrás querían que él fuera su rey. Al ver que todos lo habían dejado, Jesús les preguntó a sus Doce: “¿Y ustedes, también van a dejarme?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes las palabras que dan vida eterna.”