Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL SIERVO DEL CAPITÁN, EL HIJO DE LA VIUDA Y LA MUJER PECADORA

Historia 14 – Mateo 8:5-13; Lucas 7:1-17, 36-50
Había en Capernaúm un oficial romano que se encargaba de cientos de hombres. Se le llamaba, “centurión”, lo que significa, “tener cien”; pero también se le llama, “capitán”. Este hombre no era judío, y si alguno no era judío se le llamaba, “gentil”, un extranjero. En todo el mundo había gentiles, con excepción de los judíos.

El centurión romano era un hombre bueno, quería a los judíos porque ellos le habían enseñado acerca de Dios y cómo adorarlo. Por tanto cariño que les tenía a los judíos, este hombre con su propio dinero les construyó una sinagoga, quizá hasta era la misma donde Jesús les enseñaba en los sábados. Tenía un siervo, a quien él estimaba mucho, estaba enfermo, a punto de morir. Como oyó hablar de Jesús, el centurión mandó a unos dirigentes de la sinagoga llamados “ancianos”, a pedirle que fuera a sanar a su siervo.

Los ancianos fueron a hablar con Jesús cuando regresaba de Capernaúm, después de haber predicado el sermón en la montaña. Cuando llegaron ante Jesús, le rogaron con insistencia: “Este hombre merece que le concedas lo que te pide; aunque es gentil, aprecia tanto a nuestra nación, que nos ha construido una sinagoga”. Y Jesús dijo: “Iré a verlo”. Así que Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa cuando el centurión mandó unos amigos a decirle: “Señor, no te molestes en venir a mi casa, porque no soy digno de tanto honor. Ni siquiera soy digno de ir a tu encuentro. Tan solo pronuncia la palabra desde donde estás y mi siervo se sanará. Lo sé porque estoy bajo la autoridad de mis oficiales superiores y tengo autoridad sobre mis soldados. Solo tengo que decir: – Vayan –, y ellos van, o – Vengan –, y ellos vienen. Y si les digo a mis esclavos: – Hagan esto –, lo hacen. Tú también tienes el poder para que te obedezcan. Di la palabra, y mi siervo se curará”.

Al oírlo, Jesús quedó asombrado. Se dirigió a la multitud que lo seguía y dijo: “Les digo, ¡no he visto una fe como esta en todo Israel!” Luego les dijo a los amigos del centurión que habían hablado con él: “Vayan y díganle a este hombre que como él ha creído en mí, tendrá lo que pidió”. Cuando los amigos del centurión regresaron a la casa, ¡encontraron al siervo completamente sano!

Poco después, Jesús fue de Capernaúm con sus discípulos hacia la parte sur, a una ciudad llamada Naín, una multitud numerosa lo seguía. Cuando llegaron a la entrada de la aldea, salía una procesión fúnebre. El joven que había muerto era el único hijo de una viuda, y una gran multitud de la aldea la acompañaba. Sentían mucho dolor por la mujer de haber perdido a su único hijo. Cuando el Señor Jesús la vio, su corazón rebosó de compasión, y le dijo: “No llores”.

Luego se acercó al ataúd y lo tocó y los que cargaban el ataúd se sorprendieron de ver al desconocido, y se detuvieron. Jesús dijo: “Joven, te digo, levántate”. ¡Entonces el joven muerto se incorporó y comenzó a hablar! Y Jesús lo regresó a su madre que veía a su hijo volver a tener vida. Un temor se apoderó de la multitud, y alababan a Dios diciendo: “Un profeta poderoso se ha levantado entre nosotros; Dios ha visitado hoy a su pueblo”. Y las noticias acerca de Jesús corrieron por toda Judea y sus alrededores.

En lo que Jesús recorría la parte sur de Galilea, en cierto lugar, un fariseo llamado Simón invitó a Jesús a ir a comer a su casa. Este hombre no creía en Jesús y tan sólo quería encontrar una razón para culparlo de algo malo. No le demostró el respecto correcto como invitado; no le dio la bienvenida, ni le trajo agua para que Jesús se lavara los pies, como era la tradición que tenían. En ese entonces, no usaban zapatos, tan sólo usaban sandalias para proteger las plantas de los pies. Cuando llegaban a una casa, se les ofrecía agua para lavárselos.

A la hora de comer, no se sentaban a una mesa, sino que se recargaban en muebles con la mesa en medio y los pies alejados de ella. Jesús estaba sentado a la mesa recargado en un mueble, cuando cierta mujer entró donde él estaba comiendo, llevó un hermoso frasco de alabastro lleno de un costoso perfume. Llorando, se arrodilló detrás de él a sus pies. Sus lágrimas cayeron sobre los pies de Jesús, y ella los secó con sus cabellos. No cesaba de besarle los pies y les ponía perfume. Esta no era una mujer buena, vivía una vida mala, pero por medio de esta acción, demostró que su corazón estaba realmente arrepentido de sus pecados.

Cuando Simón el fariseo vio que estaba a los pies del Salvador, dijo para sí: “Si este hombre fuera profeta de Dios, sabría qué clase de mujer lo está tocando. ¡Es una pecadora!”. Entonces Jesús respondió a los pensamientos del fariseo: “Simón, tengo algo que decirte". Simón respondió: “Adelante, Maestro”. Entonces Jesús le contó la siguiente historia: “Un hombre prestó dinero a dos personas, cien dólares a uno y al otro diez dólares. Ninguno de los dos pudo pagarle el dinero, así que el hombre perdonó amablemente a los dos y les canceló la deuda. ¿Quién crees que lo amó más?” Simón contestó: “Supongo que la persona a quien le perdonó la deuda más grande”.

Jesús dijo: “Correcto”. Luego se volvió a la mujer y le dijo a Simón: “Mira a esta mujer que está arrodillada aquí. Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para lavarme el polvo de los pies, pero ella los lavó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me saludaste con un beso, pero ella, desde el momento en que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no tuviste la cortesía de ungir mi cabeza con aceite de oliva, pero ella ha ungido mis pies con perfume exquisito. Has actuado como si me debieras poco, y me has amado poco; pero ella ha demostrado tanto amor por tanto que me debe. Te digo que sus pecados han sido perdonados”.

Entonces Jesús le dijo a la mujer: “Tus pecados son perdonados”. Los hombres que estaban sentados a la mesa se decían entre sí: “¿Quién es este hombre que anda perdonando pecados, sólo Dios puede hacerlo?” Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; ve en paz”. Y Jesús recorrió toda la parte de Galilea predicando y enseñando en todas las aldeas. Les proclamaba a todos las buenas nuevas del reino de Dios.