Jesucristo – su vida y enseñanzas
LOS DOCE DISCÍPULOS Y EL SERMÓN EN LA MONTAÑA

Historia 13 – Mateo 9:9-13; 5-8; Marcos 2:13-17; Lucas 5:27-32; 6:12-49
Entre los judíos había ciertos hombres que todos odiaban mucho, eran los “publicanos o cobradores de impuestos”. Estos hombres recaudaban los impuestos que el gobierno romano le imponía al pueblo; muchos de ellos eran muy ambiciosos, avaros y crueles. Le quitaban al pueblo más dinero de lo que debían. Algunos de ellos eran hombres honestos y no les gustaba cobrarles de más. Sin embargo, ya que la mayoría de ellos eran deshonestos, todos eran categorizados igual y les llamaban, “pecadores”.

Cierto día, cuando Jesús iba de Capernaúm a la orilla del lago, lo seguía una multitud. Al pasar vio a un hombre sentado a una mesa recaudando impuestos de la gente, su nombre era Mateo, conocido también como Leví, (muchos de los judíos tenían dos nombres). Jesús podía ver en los corazones de las personas, y vio que Mateo podía servirle como uno de sus discípulos; y cuando lo vio, le dijo: “Sígueme”. Y en seguida el publicano se levantó de su mesa, la dejó y lo siguió.

Todos se confundieron cuando vieron al odiado recaudador de impuestos junto con Pedro, Juan y el resto de los discípulos. Sin embargo, Jesús sabía que Mateo tenía el corazón para bendecir al mundo. Mateo, el publicano, fue el mismo que años después escribió el “Evangelio según Mateo”, el libro que nos explica tanto de Jesús, y nos da más detalles que otros libros de lo que Jesús dice directamente a la gente. Jesús escogió a Mateo con el conocimiento que él escribiría este libro. Después que Jesús hubiera llamado a Mateo, éste le dio una fiesta en su casa a Jesús, a la cual invitó a muchos de los cobradores de impuestos y otros judíos que la gente llamaba “pecadores”.

Los fariseos vieron que Jesús estaba sentado con esa gente y le dijeron a sus discípulos con desdeña: “¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y con pecadores?” Al oír esto, Jesús les contestó: “No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores”.

Una noche, Jesús se fue solo a la montaña cerca de Capernaúm a orar. Una multitud y sus discípulos lo seguían, pero Jesús se fue a la montaña donde pudiera estar solo. Allí se pasó la noche orándole a Dios, su Padre y nuestro Padre. Al llegar la mañana, llamó a sus seguidores y escogió a doce hombres para que lo siguieran y lo escucharan para que después enseñaran a otros. Algunos de ellos ya los había llamado antes, ahora los llamaba nuevamente junto con otros más. Se les llamó: “Los Doce” o “Los Discípulos”, y después que Jesús fue al cielo, se les llamó: “Los Apóstoles”, lo que significa: “aquellos que fueron enviados”; porque Jesús los envió a predicar el evangelio al mundo.

Los nombres de los doce discípulos o apóstoles eran: Simón Pedro; Jacobo y Juan, los dos hijos de Zebedeo; Andrés; Felipe y Natanael, también conocido como Bartolomé; Tomás; Mateo, el publicano o recaudador de impuestos; Jacobo hijo de Alfeo, llamado Santiago el menor; Tadeo; Simón el Zelote; y Judas Iscariote. Tadeo se llamaba también Judas, pero este no era el mismo del que siempre mencionan al último. Había otro Simón llamado “el Zelote”, y Judas fue el que traicionó a Jesús. Se sabe muy poco de estos hombres, pero algunos hicieron cosas maravillosas. Simón Pedro era líder entre todos ellos; y Juan, mucho tiempo después escribió el libro más maravilloso del mundo, “El Evangelio según Juan”, el cuarto libro de los evangelios.

Jesús tenía a sus doce discípulos junto a él en frente de toda la gente que había ido a escucharlo. Después, en una montaña les predicó a sus discípulos y a la gran multitud. Jesús se sentó con sus discípulos parados junto a él, y la multitud estaba parada frente de él escuchándolo. El sermón que les predicó ese día, se le llama, “El Sermón de la Montaña”. Mateo lo escribió, y se encuentra del capítulo quinto al séptimo de su evangelio. Jesús empezó a enseñarles a sus discípulos con estas palabras:

“Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión. Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece. Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes. Ustedes son la sal del mundo, como una ciudad en lo alto de una colina que no puede esconderse. Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta. En cambio, la coloca en un lugar alto donde ilumina a todos los que están en la casa. De la misma manera, dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su Padre celestial”.

Aquí tenemos más de lo que Jesús predicó en este sermón:

– Por eso les digo que no se preocupen por la vida diaria, si tendrán suficiente alimento y bebida, o suficiente ropa para vestirse. ¿Acaso no es la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? Miren a los pájaros, no plantan ni cosechan ni guardan comida en graneros, porque el Padre celestial los alimenta. ¿Y no son ustedes para él mucho más valiosos que ellos? ¿Acaso con todas sus preocupaciones pueden añadir un solo momento a su vida? ¿Y por qué preocuparse por la ropa? Miren cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni cosen su ropa, sin embargo, ni Salomón con toda su gloria se vistió tan hermoso como ellos. Si Dios cuida de manera tan maravillosa a las flores silvestres que hoy están y mañana se echan al fuego, tengan por seguro que cuidará de ustedes. ¿Por qué tienen tan poca fe?

Así que no se preocupen por todo eso diciendo: “¿Qué comeremos?, ¿qué beberemos?, ¿qué ropa nos pondremos?”. Esas cosas dominan el pensamiento de los incrédulos, pero su Padre celestial ya conoce todas sus necesidades. Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten. Así que no se preocupen por el mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. Los problemas del día de hoy son suficientes por hoy.

Esto fue lo que les enseñó de la oración a nuestro Padre celestial: – Pidan, y se les dará, busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡Cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan! Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas.

Este fue el fin del sermón: – Por lo tanto, todo el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio, como la persona que construye su casa sobre una roca sólida. Aunque llueva cántaros y suban las aguas de la inundación y los vientos golpeen contra esa casa, no se vendrá abajo porque está construida sobre un lecho de roca. Sin embargo, el que oye mi enseñanza y no la obedece es un necio, como la persona que construye su casa sobre la arena. Cuando vengan las lluvias y lleguen las inundaciones y los vientos golpeen contra esa casa, se derrumbará con un gran estruendo.