Jesucristo – su vida y enseñanzas
UNA RED LLENA DE PECES

Historia 10 – Mateo 4:18-22; Marcos 1:16-34; Lucas 4:33-5:11
Cuando Jesús estaba por el río Jordán, algunos jóvenes se hicieron sus seguidores o discípulos. Hemos oído estos nombres: Andrés, Juan, Pedro, Felipe y Natanael. Jesús se encontraba enseñando cerca de Jerusalén y en Samaria, y estos hombres estaban con él. Pero cuando Jesús llegó a Galilea, se regresaron a sus casas y a sus labores; todos ellos eran pescadores del mar de Galilea.

Una mañana, cuando llegó a Capernaúm, salió de la ciudad y se fue a la orilla del río, mientras lo seguía una gran multitud. En la orilla del mar había dos barcas que los pescadores habían dejado en la playa mientras lavaban sus redes. Una era de Simón y de Andrés y la otra era de Jacob y Juan y de su padre Zebedeo. Jesús se subió a la barca que era de Simón Pedro, y le pidió que la alejara un poco de la orilla, para que les hablara a la multitud sin que lo apretujaran. Así lo hizo; luego Jesús se sentó, y enseñaba a la gente desde la barca.

Cuando acabó de hablar y de despedir a la gente, le dijo a Simón Pedro: “Lleva la barca hacia aguas más profundas, y echen allí las redes para pescar”. Simón le contestó: “Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada. Pero como tú lo mandas, echaré las redes otra vez”. Hicieron como Jesús les dijo, y recogieron una cantidad tan grande de peces que las redes se les rompían. Simón y Andrés no podían con ellas. Entonces llamaron por señas a sus compañeros de la otra barca, Jacob y Juan para que los ayudaran. Ellos se acercaron y llenaron tanto las dos barcas que comenzaron a hundirse. Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús lleno de asombro, porque sabía que esta obra era del poder de Dios, y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor; soy pecador!” Pero Jesús le dijo a Simón y a los demás: “No teman y síganme; desde ahora serán pescadores de hombres”. Y de ahí en adelante, Simón, Andrés, Jacob y Juan dejaron sus redes y su oficio y caminaron con Jesús como sus discípulos.

El sábado siguiente, Jesús y sus discípulos fueron juntos a la sinagoga o iglesia para enseñarle a la gente. Lo escuchaban y se asombraban de su enseñanza. Los escribas cuando enseñaban tan sólo repetían lo que otros escribas decían, pero Jesús no hablaba de lo que se enseñaba en tiempos antiguos. Hablaba con su propia autoridad y en su propio nombre diciendo: “Yo les digo”. Sentían que les hablaba con la voz de Dios. Un sábado cuando Jesús estaba enseñando, un hombre que estaba poseído por un espíritu maligno entró en la sinagoga. Era común que espíritus malignos se apoderaran de alguien y hablaran por medio de ellos. El espíritu maligno en este hombre gritaba con todas sus fuerzas: “¡Ah! ¿Por qué te entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú: ¡El Santo de Dios!" Luego Jesús le habló al espíritu maligno que el hombre tenía: “¡Cállate! ¡Sal de ese hombre!” Entonces el demonio derribó al hombre en medio de la gente y salió de él sin hacerle ningún daño. Todos se asustaron y decían unos a otros: “¿Qué clase de palabra es ésta? ¡Con autoridad y poder les da órdenes a los espíritus malignos, y salen!”

Después de la reunión en la sinagoga, Jesús fue a la casa donde Simón Pedro vivía. La suegra de Pedro estaba enferma con una fiebre muy alta. Jesús se inclinó sobre ella y le tocó su mano y, ¡al instante se le quitó! Ella se levantó en seguida y se puso a servirles. Al ponerse el sol, la gente le llevó a Jesús de todas partes de la ciudad, todos los que padecían de diversas enfermedades y algunos que tenían espíritus malignos; él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. Además de muchas personas salían demonios y le gritaban, pero él no les permitía hablar.