Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL NIÑO EN CAPERNAÚM Y EL ALBOROTO EN NAZARET

Historia 9 – Juan 4:46-54; Lucas 4:16-31
Jesús fue de Sicar, el pueblo cerca del pozo de Jacob, al norte de Galilea, a Caná donde había convertido el agua en vino. La noticia que Jesús había regresado de Jerusalén a Galilea, corrió por todas partes y todos querían ir a ver al profeta que estaba haciendo tantas maravillas.

Había un hombre que vivía en Capernaúm, un pueblo junto al mar de Galilea; éste se deleitó al enterarse que Jesús estaba de regreso en Caná. El hombre era un funcionario real que le servía al rey Herodes, cuyo hijo estaba enfermo en peligro de muerte; esto lo tenía sumamente mortificado. El noble subió rápidamente a las montañas desde Capernaúm hasta Caná para ver a Jesús. Cabalgó toda la noche, y por la mañana fue en busca de Jesús y le suplicó que bajara a Capernaúm para sanar a su hijo. Jesús le dijo al hombre: “Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios”. El funcionario le rogó: “Señor, baja antes de que muera mi hijo”. Y Jesús le dijo: “Vuelve a casa, que tu hijo vive”. El hombre creyó lo que Jesús le dijo, y se fue. No se fue de prisa o esperando que Jesús fuera con él. Al siguiente día cuando bajó de la montaña, sus siervos salieron a su encuentro y le dieron la noticia de que su hijo estaba mejor. El noble les preguntó a qué hora había comenzado su hijo a sentirse mejor, y le contestaron: “Ayer a las siete de la mañana se le quitó la fiebre”. Esa fue la hora precisa en que Jesús le dijo: “Tu hijo vive”. Así que él con toda su familia creyeron en Jesús.

Jesús había ido a Galilea a predicar a la gente y darles su evangelio. Le pareció bien empezar en su propio pueblo, donde había vivido por muchos años, Nazaret. Sus hermanos y hermanas aún vivían ahí, y todos lo conocían. Jesús quería a sus amigos con los que había crecido y jugado desde pequeño; quería llevarles a ellos primero las buenas nuevas de su evangelio. Así que un sábado fue a Nazaret y llegó a la sinagoga donde siempre iba a adorar. Ya no era el carpintero, sino que era el maestro, el profeta del que todo mundo estaba hablando. La gente se encontraba en la iglesia ansiosa de oírlo y probablemente de verlo hacer algunos milagros.

Ahí, sentados en el piso se encontraban con los que él había crecido y quizá hasta sus hermanas lo estaban viendo detrás de la reja. Jesús se levantó para hacer la lectura de las escrituras, y un oficial le entregó el libro del profeta Isaías. Lo desenrolló en el capítulo 61 y leyó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor”.

Luego de terminar, enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Era la costumbre que después de la lectura, se sentaban en el piso y hablaban a la gente. Y comenzó a hablarles: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes”. Y entonces les enseñó cómo había sido enviado para predicarle al pobre, para librar al captivo, dar vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos, y a pregonar las buenas nuevas de la gracia de Dios al hombre. En el principio todos dieron su aprobación con un interés profundo y estaban impresionados por las hermosas palabras que salían de su boca. Pero, después empezaron a murmurar entre ellos: “¿Por qué este carpintero está tratando de enseñarnos?” Otro dijo: “¡Él no es maestro! Es el hijo de José. Conocemos sus hermanos y hermanas que viven aquí.” Y algunos comenzaron a decir: “¿Por qué no hace los milagros aquí que hizo en otras partes? ¡Que nos enseñe unos milagros!”

Jesús sabía lo que estaban pensando y dijo: “Yo sé lo que están pensando: – Que haga milagros aquí como los hizo para el hijo del noble en Capernaúm. Pues bien, les aseguro que a ningún profeta lo aceptan en su propia tierra” Jesús continuó: “Ya recuerdan lo que se dijo en los tiempos del profeta Elías, cuando el cielo se cerró por tres años y medio, y no llovió dejando un hambre espantosa. Muchas viudas vivían en Israel, sin embargo, Dios no envió a Elías a ninguna de ellas, sino a una viuda de Sarepta, en los alrededores de Sidón, y ahí hizo un milagro. Así mismo en los tiempos del profeta Eliseo, había en Israel muchos enfermos de lepra, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán el sirio”

La iglesia se enfureció al oír todo esto; solamente se interesaban en ver milagros en vez de escuchar lo que Jesús tenía que decir. No le hicieron caso a Jesús; se levantaron y lo sacaron del pueblo llevándolo hasta la cumbre de la colina sobre la que estaba construido el pueblo, para tirarlo por el precipicio. Pero con el poder de Dios pasó por en medio de ellos y se fue. Pues su tiempo de morir aún no había llegado. Con mucha tristeza se marchó de Nazaret, porque en verdad quería haber compartido las bendiciones de Dios a su propia gente. Bajó de la montaña a la cuidad de Capernaúm por la orilla del mar, donde solía enseñarles en la iglesia cada sábado.

La historia del profeta Elías, de la mujer de Sarepta y cuando Eliseo curó a Naamán, el sirio; todas estas son historias que Jesús les dijo en la sinagoga de Nazaret.