Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL DESCONOCIDO JUNTO AL POZO

Historia 8 – Mateo 14:3-5; Marcos 6:17-20; Lucas 3:19,20; Juan 3:22-4:42
Mientras Jesús enseñaba en Jerusalén y en las regiones cercanas, Juan el Bautista predicaba y bautizaba. Poco a poco la gente se alejaba de Juan para ir a oír a Jesús. Algunos de los discípulos de Juan el Bautista se molestaron al ver que su maestro ya no tenía el mismo número de seguidores, y en vez seguían a Jesús. Pero Juan les dijo: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. Esa es la alegría que me inunda: a él le toca crecer, y a mí ser menos”.

Después de esto, Herodes Antipas, el rey de la provincia de Galilea, encarceló a Juan. Herodes se había casado con una mujer llamada Herodías, la cual había dejado a su esposo para ir a vivir con Herodes; lo que fue un acto muy perverso. Juan le había mandado a decir que no estaba bien que tuviera a esa mujer como su esposa. Por eso Herodías le guardaba rencor a Juan y quería matarlo. Ahora, Herodes no odiaba a Juan mucho, porque sabía que Juan estaba en lo cierto. Pero, débil como él era obedeció a su esposa, y para complacerla mandó a Juan el Bautista a un lugar aislado entre las montañas al este del mar Muerto. Como Galilea, la tierra en esa región, estaba bajo el control de Herodes, ahí en la prisión, Herodes quería proteger a Juan del odio de su esposa Herodías.

Después que habían encarcelado a Juan, Jesús junto con sus discípulos se marchó de Jerusalén hacia Galilea, provincia al norte. Samaria estaba en medio de Judea en el sur, y Galilea al norte. Los samaritanos odiaban a los judíos; adoraban al Señor como los judíos. Sólo que tenían sus propios sacerdotes, tenían su propia Biblia, la cual consistía en los cinco libros de Moisés, y no leían el resto del Antiguo Testamento. El odio entre samaritanos y judíos era tan grande, que no se hablaban entre ellos. Cuando los judíos viajaban de Galilea a Jerusalén o de Jerusalén a Galilea, no pasaban por Samaria; sino que para evadir Samaria, bajaban las montañas al Jordán y caminaban por la orilla del río. Cuando Jesús iba de Jerusalén a Galilea se iba por las montañas y sí pasaba por Samaria.  

Cierta mañana, en su viaje ya cansado se detuvo para descansar junto a un pozo viejo al pie del monte Gerizim, cerca de la ciudad de Siquén y de un pueblo llamado Sicar. Jacob, el patriarca de los israelitas, había hecho este pozo cientos de años atrás. En los tiempos de Jesús el pozo ya era antiguo. ¡Hoy en día, aún se puede ver y hasta beber de él! Cuando Jesús llegó al pozo de Jacob, era temprano y el sol apenas salía. Estaba cansado de su largo viaje y tenía hambre; sus discípulos habían ido a conseguir comida al pueblo. Jesús también tenía sed; vio el agua a treinta metros en el pozo, pero no tenía manera de cómo sacarla.

En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria con su cántaro en la cabeza y su cuerda en la mano. Y Jesús con una mirada, leyó su alma y vio la historia de su vida. Aún sabiendo que judíos no hablaban con samaritanos, Jesús le preguntó: “Dame un poco de agua, por favor”. La mujer viendo cómo iba vestido y cómo se veía, sabía que él no era samaritano, así que le preguntó: “¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?” Jesús le contestó: “Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida”.

Había algo en las palabras y la mirada de Jesús que le hizo sentir a la mujer que él no era un hombre común. Y le contestó: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar agua que da vida? ¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo?” Jesús le respondió: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna”.

La mujer le pidió: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla”. Jesús le dijo: “Ve a llamar a tu esposo, y vuelva acá”. Ella respondió: “No tengo esposo”. Jesús le dijo: “Bien has dicho que no tienes esposo. Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad”. Al oír esto, la mujer llena de asombro sabía que no cualquier desconocido podía saber tanta información de ella. Sintió que Dios le estaba hablando a través de él y dijo: “Señor, me doy cuenta que tú eres profeta. Nuestros antepasados adoraron en este monte pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén. ¿Cuál es el lugar correcto?”

Jesús dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes a Dios. Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad. Dios mismo es espíritu”. La mujer dijo: “Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo. Cuando venga nos explicará todas las cosas”. Jesús le dijo: “Éste soy yo, el Cristo que habla contigo”. En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de verlo hablando con una mujer samaritana, aunque ninguno le preguntó nada.

La mujer había ido a sacar agua, pero con la maravilla de haber platicado con el desconocido, se olvidó a lo que fue al pozo; y dejando su cántaro, se regresó corriendo a su pueblo y le decía a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo al que estamos esperando?” Luego que la mujer se hubiera ido, los discípulos le insistían a Jesús para que comiera algo. Jesús había tenido hambre y sed, sin embargo ya se le había olvidado la necesidad que tenía, y les dijo: “Yo tengo un alimento que ustedes no conocen; es alimento para el alma. Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra. ¿No dicen ustedes: – Todavía faltan cuatro meses para la cosecha? Yo les digo: – ¡Abran los ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura; ya el segador recibe su salario y recoge el fruto para vida eterna”.

Jesús quiso darles a entender que, aunque la mujer samaritana había hecho cosas malas, ahora estaba lista para escuchar sus palabras. De la misma manera ellos encontrarían por todas partes los corazones del hombre, como un campo con cosecha madura, listos para ser salvos. La mujer llevó a varios samaritanos de regreso al pozo al encuentro con Jesús. Después le insistieron que se quedara con ellos para que les enseñara más; y se quedó con ellos por dos días y les enseñó. Muchos llegaron a creer en Jesús y dijeron: “Ahora creemos por lo que hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo”.