Historias de la Biblia hebrea
LO QUE EZEQUIEL VIO EN EL VALLE

Historia 98 – Ezequiel 37
Todo lo que quedaba del pueblo de Judá era un grupo en cautiverio en la tierra de Babilonia. Le tocó tener un viaje muy duro, largo y triste. Las mujeres y niños fueron arrastrados en las montañas por crueles soldados, por cientos y cientos de kilómetros. El recorrido era tan duro que muchos de ellos murieron en el camino. No había manera de cómo cruzar el vasto desierto que estaba entre la tierra de Judá y los llanos de Babilonia. Se los llevaron alrededor del desierto hacia el norte, a través de Siria, hacia el río Éufrates. Después los llevaron por el tortuoso río hasta llegar a la tierra de su cautividad. Finalmente, allí en la tierra de Babilonia o Caldea, encontraron descanso.

Cuando ya se encontraban en sus nuevos hogares, enfrentaron menos problemas de lo que habían temido, porque la gente que estaba bajo el gran rey Nabucodonosor, los trataba con bondad y hasta les dio sus propios campos. La tierra era fértil y podían cultivar buenas cosechas de trigo y otros granos. Sembraron jardines y construyeron casas; algunos de ellos se fueron a vivir a ciudades grandes y se hicieron de dinero. Otros se quedaron en la corte del rey Nabucodonosor y subieron a puestos altos como nobles y príncipes, estando junto al rey con rangos altos y de honor. Pero lo mejor de los cautivos, era que no adoraban a ídolos; tenían las imágenes de los dioses de Babilonia por todo su alrededor, pero no se arrodillaban a ellos, esa era la mejor cualidad de ellos. Adoraban al Señor Dios de sus antepasados, sólo a él. Los que adoraban a ídolos en Judá, fueron asesinados; la mayoría de los cautivos eran hombres y mujeres buenos, que enseñaban a sus hijos a servir y a amar al Señor.

El pueblo no olvidó la tierra de donde había venido. Amaban la tierra de Israel y les enseñaron a sus hijos el amor por su tierra por medio de canciones. Algunas de estas canciones que los judíos en cautiverio cantaban en la tierra de Caldea, se encuentran en el libro de los Salmos. Aquí está una porción de estas canciones:

Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos, y llorábamos al acordarnos de Sión. En los álamos que había en la ciudad colgábamos nuestras arpas.

Allí, los que nos tenían cautivos nos pedían que entonáramos canciones; nuestros opresores nos pedían estar alegres; nos decían: “¡Cántennos un cántico de Sión!” ¿Cómo cantar las canciones del Señor en una tierra extraña?  Ah Jerusalén, Jerusalén, si llegara yo a olvidarte, ¡que la mano derecha se me seque! ¡Que la lengua se me pegue al paladar! Si de ti no me acordara, ni te pusiera por encima de mi propia alegría.

De aquí en adelante a los israelitas se les llamó judíos, lo cual significa, gente de Judá. Y los judíos de todo el mundo pertenecen a esta gente, porque son descendientes de los hombres que alguna vez vivieron en la tierra de Judá; y porque pertenecían a las doce tribus de Israel, (las diez que se habían perdido), y su reino se había extinguido. También se les conocía como israelitas. Así que de este punto en adelante, la gente de Judá, los judíos, e israelitas, eran los que venían de la tierra de Judá a lo igual que sus descendientes.

Dios era bueno con su gente en la tierra de Babilonia o Caldea, otro nombre por la que se le conoce también. Él les mandó a profetas para que les enseñara el camino del Señor. Uno de estos profetas era Daniel, un joven que vivía en las cortes del rey Nabucodonosor. Otros de los profetas era Ezequiel, que vivía con los cautivos junto a un río en Caldea, llamado Cebar. Dios le dio visiones maravillosas a Ezequiel. Como la que Isaías había visto mucho tiempo atras, Ezequiel vio el trono del Señor y las criaturas extrañas con seis alas. Ezequiel también escuchó la voz del Señor diciéndole lo que pasaría con la gente en los años venideros.

En una ocasión, el Señor lo colocó en medio de un valle. El profeta miró a su alrededor y vio que el valle estaba lleno de huesos humanos, como si una gran batalla hubiera ocurrido y los huesos se hubieran quedado allí tendidos. Había un ejército basto de huesos secos.

Y la voz del Señor le habló a Ezequiel: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?” Ezequiel le contestó: “Señor Omnipotente, tú lo sabes”. Entonces el Señor le dijo: “Profetiza sobre estos huesos, y diles: – ¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Así dice el Señor: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el Señor’”. Tal como el Señor dijo, Ezequiel le habló al ejército de huesos secos que estaban por todo el valle. Y mientras profetizaba, se escuchó un ruido que sacudió la tierra, y los huesos comenzaron a unirse entre sí hasta formar esqueletos. Empezaron a aparecer tendones, y les salía carne y se recubrían de piel, ¡pero no tenían vida! Entonces el Señor le dijo a Ezequiel: “Profetiza, hijo de hombre; conjura al aliento de vida y dile: –Esto ordena el Señor Omnipotente: ‘Ve de los cuatro vientos, y dales vida a estos huesos muertos para que revivan’”.

Luego Ezequiel profetizó para que viniera el viento, y en lo que estaba hablando, el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie cubriendo todo el valle. Y el Señor le dijo a Ezequiel: “Hijo de hombre, estos huesos son el pueblo de Israel. Ellos andan perdidos y no tienen esperanza. Pero vivirán nuevamente, porque yo, el Señor, lo he dicho, y lo cumpliré. Lo afirma el Señor”. Y cuando Ezequiel les dijo a los cautivos esta visión, sus corazones se animaron con nueva esperanza, porque sabían que regresarían a su propia tierra.