Historias de la Biblia hebrea
CÓMO UNA NIÑA AYUDÓ CURAR A UN LEPROSO

Historia 86 – I Reyes 5:1-27
En una ocasión, mientras que Eliseo estaba viviendo en Israel, el general del ejército de Siria era un hombre llamado Naamán. Era un hombre de mucho prestigio, tenía un rango muy alto y con su poder y valentía había dado muchas victorias a Siria. Pero, había algo muy triste para Naamán, era un leproso. Los leprosos eran los que sufrían de una enfermedad de la piel llamada “lepra”, la cual es una enfermedad infecciosa que cubre la piel de pus y escamas. Poco a poco, los dedos, las manos, pies y brazos, se llenan de pus y escamas hasta abarcar todo el cuerpo y causar la muerte. Sin embargo, un leproso no tiene la sensación de dolor, por lo cual se ignoran las primeras señales de la enfermedad.

En su casa de Damasco en Siria, Naamán vivía con su esposa y tenían a una muchachita como criada. La niña era una esclava y se la habían robado de la casa de su madre en Israel, y la tenían cautiva en Siria. Israel y Siria, no necesitaban tener guerras para mandar a grupos de hombres para que destruyeran las aldeas en las fronteras de ambos países, y se robaban a personas para matarlas o venderlas como esclavas.

Aunque la niña estaba sufriendo como esclava, tenía un corazón dadivoso y le pesaba ver la condición de su amo Naamán. Un día le dijo a su ama: “Ojalá el amo fuera a ver al profeta que hay en Samaria, porque él lo sanaría de su lepra”. Alguien le contó a Naamán lo que la niña había dicho, y éste fue a contarle al rey de Siria. El rey quería mucho a Naamán; cuando el rey iba a su templo para adorar a su dios, de entre todos los nobles en el templo, él escogía el brazo de Naamán para recargarse. Se preocupaba mucho por la enfermedad de Naamán, así que el rey de Siria dijo: “Yo le mandaré una carta al rey de Israel para pedirle que su profeta te cure”.

Y así Naamán fue con un grupo de hombres en sus carros desde Damasco a Siria, a unos ciento sesenta kilómetros; llevaba regalos de oro y plata, túnicas y prendas hermosas. Cuando llegó con el rey de Israel, le dio la carta del rey de Siria, la cual decía: “Esta carta te la envío con Naamán, uno de mis oficiales. Te lo envío para que lo sanes de su lepra”. El rey de Siria pensó que si Eliseo estaba en Samaria, tendría que obedecer las órdenes del rey de Israel, y podría hacer cualquier cosa que le ordenaran. El rey de Siria no conocía al profeta, solo conocía al rey, y por esa razón la carta se la mandó a él. Sin embargo, cuando el rey de Israel leyó la carta, se mortificó y exclamó: “¿Y acaso soy Dios, capaz de dar vida o muerte, para que ese tipo me pida sanar a un leproso? ¡Fíjense bien que me está buscando pleito!”

Y el rey de Israel se rasgó las vestiduras como era la costumbre de esos tiempos cuando alguien se sentía en serios problemas. Cuando Eliseo se enteró de la carta y que el rey estaba muy preocupado, le envió este mensaje: “No esté usted tan afligido, mándeme a ese hombre, para que sepa que hay profeta en Israel”. Así que Naamán con sus caballos y sus carros, fue a la casa de Eliseo y se detuvo ante la puerta. Eliseo no salió a recibirlo, en vez de eso, mandó a un mensajero a que le dijera: “Ve y zambúllete siete veces en el río Jordán; así tu piel sanará, y quedarás limpio”. Pero Naamán se enfureció porque sintió que Eliseo no lo trató con el respeto debido. Quizá se le olvidó que por ley de Israel, no se le permitía a nadie tocar ni acercarse a un leproso.

Y Naamán dijo: “¡Yo creí que el profeta saldría a recibirme personalmente para invocar el nombre del Señor su Dios, y que con un movimiento de la mano me sanaría de la lepra! ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Farfar, no son mejores que toda el agua de Israel? ¿Acaso no podría zambullirme en ellos y quedar limpio?” Furioso se dio la vuelta y se marchó. Pero sus criados eran más sabios que él; entonces se le acercaron y uno de ellos le dijo: “Mi padre, si el profeta le hubiera mandado algo complicado, ¿usted no le habría hecho caso? ¡Con más razón si lo único que le dice a usted es que se zambulla, y así quedará limpio!”

Después de un buen rato, se le bajó el coraje a Naamán, y bajó del monte para ir al río Jordán y se sumergió siete veces, según se lo había ordenado el hombre de Dios. ¡Y las escamas de lepra se le cayeron, y su piel se volvió como la de un niño, quedando limpio! Luego Naamán, el que ya no era leproso, volvió con todos sus acompañantes y, presentándose ante el hombre de Dios, le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en todo el mundo, sino sólo en Israel. Le ruego a usted aceptar un regalo de su servidor por todo lo que ha hecho”. Pero un verdadero hombre de Dios nunca daba mensajes o ayudaba a la gente para que le pagaran, así que Eliseo le respondió: “¡Tan cierto como que vive el Señor, a quien yo sirvo, que no voy a aceptar nada!” Y por más que insistió Naamán, Eliseo no accedió.

Naamán le pidió a Eliseo que le permitiera llevarse dos cargas de la tierra de Israel, para hacer un altar. Naamán pensaba que parar construir un altar al Señor, era necesario usar solamente tierra de Israel; y le dijo a Eliseo: “De aquí en adelante no voy a ofrecerle holocaustos ni sacrificios a ningún otro dios, sino sólo al Señor. Y cuando mi señor el rey vaya a adorar en el templo de Rimón y se apoye de mi brazo, y yo me vea obligado a inclinarme allí, desde ahora ruego al Señor que me perdone por inclinarme en ese templo”. Y Eliseo le dijo: “Puedes irte en paz”.

Naamán se fue, y ya había recorrido cierta distancia cuando Guiezi, el criado de Eliseo pensó: “Mi amo ha sido demasiado bondadoso con este hombre, pues no le aceptó nada de lo que había traído. Pero yo voy a correr tras él, a ver si me da algo”. Así que Guiezi se fue para alcanzar a Naamán. Cuando éste lo vio tras de él, se bajó de su carro para saludarlo, y Guiezi le dijo: “Mi amo me ha enviado para decirle que dos jóvenes de la comunidad de profetas acaban de llegar. ¿Podría darles unas monedas de plata y dos mudas de ropa?” Y Naamán le dio lo doble de plata.

Entonces Naamán echó las monedas en dos sacos, junto con las dos mudas de ropa, y todo esto se lo entregó a Guiezi. Antes de llegar a la casa de Eliseo, Guiezi tomó los sacos de plata y los escondió. Entonces Guiezi se presentó ante su amo. Y Eliseo le preguntó: “¿De dónde vienes, Guiezi?” Guiezi le respondió: “No he ido a ninguna parte”. Y Eliseo le replicó: “¿No estaba yo presente en espíritu cuando aquel hombre se bajó de su carro para recibirte? ¿Acaso es éste el momento de recibir dinero y ropa, huertos y viñedos, ovejas y bueyes, criados y criadas? Ahora la lepra de Naamán se les pegará a ti y a tus descendientes para siempre”. No bien había salido Guiezi de la presencia de Eliseo cuando ya estaba blanco como la nieve por causa de la lepra.