Historias de la Biblia hebrea
EL JOVEN PASTOR DE BELÉN

Historia 57 – I Samuel 16:1-23
Cuando Samuel le dijo a Saúl que el Señor le quitaría el reino, no quiso decir que Saúl lo perdería en ese mismo momento. En la vista de Dios, él ya no era el rey. Le quitaría a Saúl el reino, tan pronto como Dios encontrara el hombre correcto y lo entrenara para esa tarea. Pasaron muchos años antes que dicho hombre fuera encontrado. Samuel había tomado parte en la selección de Saúl como rey, lo amaba y se sintió muy triste que hubiera desobedecido los mandamientos de Dios. Lloró mucho por Saúl y le guardó luto, y el Señor le dijo a Samuel: “¿Cuánto tiempo vas a quedarte llorando por Saúl, si ya lo he rechazado como rey de Israel? Mejor llena de aceite tu cuerno, y ponte en camino. Voy a enviarte a Belén, a la casa de Isaí, pues he escogido como rey a uno de sus hijos”.

Pero Samuel sabía que Saúl se enojaría si Samuel nombraba a otro como rey, y le dijo al Señor: “¿Y cómo voy a ir? Si Saúl llega a enterarse, me matará”. Luego el Señor le contestó a Samuel: “Lleva una ternera, y diles que vas a ofrecerle al Señor un sacrificio. Invita a Isaí al sacrificio, y entonces te explicaré lo que debes hacer, pues ungirás para mi servicio a quien yo te diga”.

Y de Ramá, Samuel se fue por las montañas hacia el sur a Belén, como a dieciséis kilómetros con la ternera. Pero cuando llegó a Belén los ancianos del pueblo lo recibieron con mucho temor, porque pensaron que venía a castigarlos por todo lo malo que estaban haciendo, pero Samuel les dijo: “Vengo en son de paz. He venido a ofrecerle al Señor un sacrificio. Alístense y vengan conmigo para sacrificar juntos”. Invitaron a Isaí y a sus hijos al servicio, y cuando ya estaban listos llegaron a Samuel y los vio de muy cerca. Él se fijó en Eliab, el hijo mayor; era alto y de cara noble, y Samuel pensó: “Sin duda que éste es el ungido del Señor”.  Pero el Señor le dijo a Samuel: “No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón”.

Entonces pasó Sama pero el Señor dijo: “Tampoco a éste lo he escogido”. Siete jóvenes vinieron y Samuel dijo: “El Señor no ha escogido a ninguno de ellos. ¿Son éstos todos tus hijos?” Isaí respondió: “Queda el más pequeño, pero está cuidando el rebaño”. Y Samuel insistió: “Manda a buscarlo, que no podemos continuar hasta que él llegue”. Así que después de un rato, el hijo menor llegó. Su nombre era “David”, que significa “querido”. Era buen mozo, trigueño y de buena presencia, como de quince años de edad, y con ojos brillantes. Tan pronto como el muchachito entró, el Señor le dijo a Samuel: “Éste es el que yo he escogido; levántate y úngelo”. Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió al joven en presencia de sus hermanos, pero nadie sabía en ese momento que David iba a ser el próximo rey. Quizá pensaron que David iba a ser un profeta como Samuel. Desde ese momento el Espíritu del Señor vino sobre David con poder, y desde ese día estuvo en él.

El muchacho creció a ser muy valiente y fuerte, él no tenía miedo de las bestias salvajes que a menudo rodeaban a su rebaño para comérselas. En muchas ocasiones mató a osos y leones cuando trataban de devorar a su rebaño. Todo el día, David practicaba lanzar piedras con su resortera, y tenía un tiro excepcional. Y así tan joven como él era, siempre pensaba en Dios, le oraba, y Dios platicaba con él haciéndole saber su voluntad para él. David era más que un pastor y un luchador de fieras salvajes. Él tocaba el arpa y con ésta hacia melodías y escribía cánticos de la bondad de Dios hacia su pueblo. Uno de esos cánticos que él escribió, probablemente muchos lo han oído y hasta podrían recitarlo. Se le conoce como “el Salmo del Pastor”, y así dice:

“El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce; me infunde nuevas fuerzas. Me guía por sendas de justicia por amor a su nombre. Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a m i lado; tu vara de pastor me reconforta. Dispones ante mí un banquete en presencia de mis enemigos. Has ungido con perfume mi cabeza; has llenado mi copa a rebosar. La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida; y en la casa del Señor habitaré para siempre”.

Algunos piensan que David escribió este salmo cuando era un joven pastor cuidando a su rebaño. Pero las letras de este cántico se parecen más a las de un hombre que a las de un muchacho. Y quizá tiempo después cuando David estuviera en el reino, se acordaría de este cantico y pensaría cómo Dios lo había guiado de la misma manera que él había guiado y protegido a sus ovejas.

Y en lo que David gozaba del Espíritu de Dios en él, el Espíritu había abandonado a Saúl ya que no estaba obedeciendo la palabra de Dios. Y entonces Saúl se convirtió en un hombre amargo y triste. Había ocasiones que parecía que perdía la mente, y la locura lo atormentaba. Saúl no tenía paz interna porque no estaba en buenos términos con Dios. Sus sirvientes notaron que cuando alguien tocaba el arpa, Saúl se alegraba y su amargura desaparecía, y Saúl dijo: “Consíganme un buen músico que toque el arpa bien y tráiganmelo. Con la música mi depresión se alejará”.

Uno de sus criados dijo: “Conozco a un muchacho que sabe tocar el arpa. Es valiente, hábil guerrero, sabe expresarse y es de buena presencia. Además, el Señor está con él. Su padre es Isaí, el de Belén”. Entonces Saúl envió unos mensajeros a Isaí para decirle: “Mándame a tu hijo David, el que cuida del rebaño. Déjalo que venga y toque para mí”. Y David llegó al rey y le trajo un regalo de su padre Isaí. Cuando Saúl lo vio le cayó muy bien, como todos lo hacían con el muchacho. Y David se quedó al servicio de Saúl, y cuando Saúl se sentía atormentado, David tomaba su arpa y tocaba. La música calmaba al rey, lo hacía sentirse mejor, se alegraba y la depresión se alejaba. Después de un tiempo, Saúl se mejoró y David se regresó con sus ovejas a Belén.