Historias de la Biblia hebrea
MOISÉS VE LA TIERRA PROMETIDA DE LEJOS

Historia 34 – Números 26:1-4, 63-65; 32:1-42; Deuteronomio 31:1-12
Los israelitas estaban acampando en la pradera del río Jordán al pie de la montaña de Moab. Dios le dijo a Moisés que contara el número de hombres varones mayores de veinte años que fueran aptos para el servicio militar en Israel. Contaban con un poco más de seis cientos mil hombres, sin contar mujeres y niños.

De entre ese número de hombres había sólo tres hombres mayores de sesenta años, hombres que habían tenido como veinte años, cuarenta años atrás cuando salieron de Egipto. Todos los que habían tenido miedo de entrar a Canaán cuando estaban en Cades la primera vez, ya habían muerto; algunos habían muerto en guerras, algunos habían muerto en el desierto y algunos habían sido afectados por la plaga y por las serpientes. De los que habían salido de Egipto como hombres mayores, sólo quedaban Moisés, Josué y Caleb. Moisés ya tenía ciento veinte años de edad; cuarenta años como príncipe en Egipto, cuarenta como pastor en Madián, y cuarenta como líder en el desierto. Aunque ya era grande de edad, Dios le seguía dando fuerza y energía; su ojos estaban todavía brillantes, su mente con claridad y su brazo y corazón tan fuertes como lo habían sido cuando era joven.

Israel tenía posesión de la tierra del este del río Jordán, desde Arnón hasta el gran Monte Hermón. Mucha de esta tierra era rica y había suficiente pasto con agua por todo su alrededor. Había dos de las doce tribus, descendientes de Rubén y Gad, hijos de Jacob, y otra media tribu que era de Manasés, el hijo de José. Todos ellos tenían mucho ganado y rebaños, así que fueron a Moisés y le dijeron: “La tierra de este lado del río es muy buena para nuestros rebaños y nuestra ganadería. ¿Podemos heredar este lado del río y darles la tierra pasando el río a nuestros hermanos de las otras tribus?” A Moisés no le pareció esto, porque vio cómo querían obtener su tierra sin tener que enfrentar batalla alguna para ganarla, así que les dijo: “¿Les parece justo que sus hermanos vayan al combate mientras ustedes se quedan aquí sentados? Los israelitas se han propuesto conquistar la tierra que el Señor les ha dado. ¡Al Señor no le parecerá esto!” Entonces se acercaron a Moisés otra vez y le dijeron: “Vamos a construir corrales para el ganado, y a edificar ciudades para nuestros pequeños. Sin embargo, tomaremos las armas y marcharemos al frente de los israelitas hasta llevarlos a su lugar. No volveremos a nuestras casas hasta que cada uno de los israelitas haya recibido su herencia. Nosotros no queremos compartir con ellos ninguna herencia al otro lado del Jordán, porque nuestra herencia está aquí, en este lado del río”. A Moisés le gustó la promesa que le dieron y les dio la tierra del este del Jordán a estas tribus. A la tribu de Rubén le dio la tierra del sur; a la de Gad la tierra en el centro; y a la mitad de la tribu de Manasés, le dio la tierra del norte el país de Basán. Una vez ya situado sus esposas, niños, rebaños y ganados seguramente, los guerreros se reunieron con las otras tribus para cruzar el río, listos para batalla cuando Dios decidiera.

Así, Moisés ya casi terminaba su tarea y Dios le dijo: “Junta a toda la asamblea de Israel para que les digas tus últimas palabras, porque no los guiarás a través del Jordán. Morirás en esta tierra como te lo había dicho en Cades”. Moisés llamó a los líderes de las doce tribus enfrente de su tienda y les dijo muchas cosas las cuales las puedes leer en la Biblia en el libro llamado Deuteronomio, es el discurso de despedida que Moisés les dio. En él les dice las obras maravillosas que Dios había hecho por ellos y sus antepasados. Nuevamente les da las leyes de Dios para que no solamente las guarden, sino para que se las enseñen a sus hijos y nunca se olviden. Moisés canta un cántico de despedida y escribe sus últimas palabras.

Entonces Moisés le dio el cargo a Josué, a petición de Dios, para que tomara su lugar como líder de Israel; aunque nadie podía reemplazar a un profeta de Dios para dar sus leyes. Moisés le impuso las manos a Josué en la cabeza y Dios le dio parte del espíritu que Moisés tenía. Y así, Moisés sólo, subió lentamente a la cima del monte Nebo, mientras que todos lo veían y lloraban hasta que desapareció de la vista de todos. Desde la cima vio la tierra a plena vista. Al norte podía ver la corona blanca del Monte Hermón que se cubre de nieve casi todo el año. Abajo estaba el río Jordán que desemboca en el Mar Muerto; a través del río se veía Jericó rodeada por una muralla muy grande. Pasando la cima del monte estaba el Hebrón donde Abraham, Isaac y Jacob estaban enterrados; podía ver Jerusalén, Belén y dos montañas de Siquén escondidas en el centro de la tierra. Y por toda la tierra veía agua brillante que corría del Gran Mar. Después de haber visto todo esto, se recostó en el monte, y allí, murió. Aarón y Jur, que le habían levantado los brazos en la batalla, ya habían muerto también. No había nadie en el Monte Nebo que enterrar a Moisés, así que Dios mismo lo enterró, y nadie sabe dónde quedó el cuerpo que le había servido a Dios fielmente.

No hubo otro como Moisés quien vivió tan cerca de Dios, y que platicaba con él cara a cara como un amigo; hasta que años más después, Jesucristo el hijo de Dios y más grandioso que Moisés, vino al mundo.