Historias de la Biblia hebrea
LO QUE LE PASÓ AL BECERRO DE ORO QUE AARÓN HIZO

Historia 26 – Éxodo 32:1-34:35
Moisés estaba en el monte a solas con Dios, mientras tanto algo extraño y perverso estaba pasando en el campamento. Primero el pueblo se había alarmado cuando vieron el monte con todo el humo y los truenos, pero pronto se habían acostumbrado a eso.

Los días pasaban y al ver los israelitas que Moisés se tardaba en bajar del monte, fueron a Aarón y le dijeron: “Tienes que hacernos dioses que marchen al frente de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabemos qué pudo haberle pasado!” Cuando Moisés no estaba con Aarón, él no era un hombre fuerte como Moisés, no podía negarse a hacer algo y se daba a lo que la gente le pidiera. Aarón les dijo: “Quítenles a sus mujeres los aretes de oro, y también a sus hijos e hijas, y tráiganmelos”. Todos los israelitas se quitaron los aretes de oro que llevaban puestos, y se los llevaron a Aarón, quien fundió el oro y lo hizo en forma un de becerro como ídolo. Entonces exclamó el pueblo: “Israel, ¡aquí tienes a tu dios que te sacó de Egipto!”. Aarón construyó un altar enfrente del becerro y anunció: “Mañana haremos fiesta en honor del Señor”.

Probablemente Aarón pensó que si la gente podía ver a una imagen frente a ellos, sería más fácil de seguir adorando al Señor Dios. Si eso fue lo que le pasó por mente, estuvo muy erróneo. En efecto, al día siguiente los israelitas ofrecieron sacrificios, empezaron a bailar alrededor del altar y también a desenfrenarse entre ellos. Quizá habían visto a los egipcios adorar a sus dioses de esa manera. Mientras tanto, el monte seguía humeando y echando fuego casi encima de sus cabezas. Y el Señor desde el monte le dijo a Moisés: “Baja, porque ya el pueblo es corrupto y está haciendo cosas perversas, porque no sólo han hecho un ídolo en forma de becerro, sino que se han inclinado ante él ofreciéndole sacrificios. Voy a descargar mi ira sobre ellos y los voy a destruir, pero de ti haré una gran nación. Moisés intentó calmar al Señor para que no destruyera al pueblo, pero el Señor mandó a Moisés que bajara con las dos tablas donde Dios había escrito los Diez Mandamientos. En el camino, Josué se reunió con Moisés y le dijo: “Se oye en el campamento gritos de guerra. Moisés le respondió: “Lo que escucho no son gritos de victoria, ni tampoco lamentos de derrota; más bien, lo que escucho son canciones”. Cuando Moisés se acercó al campamente vio el becerro y las danzas, ardió en ira y arrojó de sus manos las tablas de la ley, haciéndolas pedazos al pie del monte. Moisés ha deber pensado: ¿Qué razón tenía de guardar las tablas de piedra, si la gente estaba violando lo que las tablas decían?

Moisés entró en la muchedumbre y de inmediato todas las danzas y los festejos pararon. Tomó entonces el becerro que habían hecho, lo arrojó al fuego y, luego de machacarlo hasta hacerlo polvo, lo esparció en el agua y se la dio a beber a los israelitas. ¿Crees que quiso enseñarle a la gente que iba a ser castigada por las obras malas que había hecho?

Después Moisés le dijo a Aarón: “¿Qué te hizo ese pueblo? ¿Por qué lo has hecho cometer semejante pecado?” Aarón le respondió: “No te enojes. Tú bien sabes cuán inclinado al mal es este pueblo. Ellos me dijeron: –Tienes que hacernos dioses –, y les dije que todo el que tuviera joyas de oro se desprendiera de ellas. Ellos me dieron el oro, yo lo fundí, ¡y lo que salió fue este becerro!” Entonces Moisés se puso a la entrada del campamento y dijo: “Todo el que esté de parte del Señor, que se pase de mi lado”. Y se le unieron todos los levitas. Entonces Moisés dijo: “El Señor Dios de Israel, ordena que saquen sus espadas y recorran todo el campamento y maten al que vean adorando a ídolos. Acaben con todos, sea hermano, amigo o vecino”. Y aquel día los levitas mataron como a tres mil israelitas.

Después Moisés les dijo: “Hoy han cometido un gran pecado. Pero voy a subir ahora para reunirme con el Señor, y tal vez logre yo que Dios les perdone su pecado”. Y Moisés volvió para hablar con el Señor, y le dijo: “¡Qué pecado tan grande ha cometido este pueblo al hacerse dioses de oro! Sin embargo, yo te ruego que les perdones su pecado. Pero si no vas a perdonarlos, ¡déjame sufrir con ellos, porque ellos son mi gente!” Y el Señor perdonó el pecado del pueblo de Israel, y los hizo nuevamente suyos. Les prometió guiarlos a la tierra que les había prometido a sus antepasados.

Dios le dijo a Moisés: “Labra dos tablas de piedra semejantes a las primeras que rompiste. Voy a escribir en ellas lo mismo que estaba escrito en las primeras.” Así que Moisés fue por segunda vez al monte sagrado por cuarenta días. Allí platicó con Dios y todo ese tiempo que él estaba ausente, el pueblo lo esperó en el campamento y no trató de hacer otro ídolo.

Una vez más, Moisés bajó del monte con las dos tablas donde Dios había escrito su ley, los Diez Mandamientos. Pero no sabía que, por haberle hablado el Señor, de su rostro salía un rayo de luz. Su rostro era tan brillante que la gente no podía verlo cara a cara, así que se cubrió el rostro con un velo. Siempre que entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo, pero al hablar con los israelitas se cubría el rostro de nuevo.