Historias de la Biblia hebrea
EL NOBLE QUE CONSTRUYÓ LA MURALLA DE JERUSALÉN

Historia 108 – Nehemías 1:1-7:73
En lo que el buen escriba Esdras trataba de encontrar los libros de la Biblia hebrea, copiarlos y enseñarlos a la gente; otro gran hombre se encontraba ayudando a Dios en una forma diferente; este hombre era Nehemías. Era un hombre noble con un rango alto en los cuarteles de rey Artajerjes. ¿Lo recuerdas? Leímos de Asuero en la historia de la reina Ester.

Nehemías era un copero para el rey de Persia en Susa. Su trabajo era controlar el vino que se servía en la mesa del rey. Él era el que le servía vino al rey; este trabajo era muy importante ya que como muy pocos, Nehemías veía al rey cada día en cada comida. A lo igual, la vida del rey estaba en sus manos, porque si él no se daba cuenta, enemigos podrían envenenar al rey. Así que el copero siempre era alguien que el rey confiaba como un amigo.  Nehemías era judío, y como todo buen judío, sentía un amor profundo por Jerusalén.

En cierta ocasión, llegó a visitarlo un hombre llamado Jananí, junto con algunos hombres de Judá. Entonces Nehemías le preguntó: “¿Cómo está la gente de Jerusalén? ¿Cómo está la ciudad?” Y ellos contestaron: “La gente que vive en la tierra de Judá está en la pobreza, está enfrentando gran humillación de otros. La muralla de Jerusalén sigue derribada con sus puertas consumidas por el fuego”. Cuando Nehemías oyó esto, se llenó de angustia por la gente y la ciudad. Una vez que Jananí y sus amigos se fueron, Nehemías se sentó por varios días sin comer, lloró, ayunó y oró. Le dijo a Dios: “Señor del cielo, grande y temible, que cumples el pacto y eres fiel con los que te aman y obedecen tus mandamientos. Oye mi ruego por la gente de Israel que son tus siervos. Hemos pecado contra ti, y nos has llevados al lugar más apartado del mundo. Te pido que a este siervo tuyo le concedas éxito y ganarse el favor del rey de Persia, para que él me ayude hacer algo por mi pueblo y mi tierra de Israel”.

Días después, Nehemías estaba parado al lado del rey donde, junto con la reina estaba cenando. Cuando le estaba sirviendo el vino al rey, éste lo notó muy triste. Esto no era común, porque Nehemías era un muchacho muy alegre con un rostro sonriente. El rey le dijo: “¿Por qué estás triste? No me parece que estés enfermo, así que debe haber algo que te está causando dolor. ¿Qué es?, dime”. Nehemías sintió miedo que el rey se disgustara con él, sin embargo, le respondió: “¡Que viva Su Majestad para siempre! ¿Cómo no he de estar triste, si la ciudad donde están los sepulcros de mis padres se halla en ruinas, con sus puertas consumidas por el fuego?” El rey le preguntó: “¿Qué quieres que haga? Dime lo que puedo hacer para ayudarte”. Y encomendándose a Dios le respondió: “Si a Su Majestad le parece bien, le ruego que me envíe a Judá para reedificar la ciudad donde están los sepulcros de mis padres”.

El rey le preguntó: “¿Cuánto durará tu viaje? ¿Cuándo regresarás?” Y en cuanto Nehemías le propuso un plazo, el rey aceptó enviarlo. Entonces Nehemías le pidió que enviara cartas a los gobernadores, cuyas regiones cruzaría en su viaje para que le dieran vía libre. También le pidió una carta para el guardabosques para que le diera madera y pudiera reparar las puertas de la ciudadela del templo, la muralla de la ciudad y la casa donde estaría viviendo. El rey le dio todo lo que le pidió. Nehemías viajó con una escolta de jinetes y muchos amigos, juntos hicieron el viaje de más de seis cientos kilómetros a Jerusalén. Toda la gente estaba feliz de tener visitantes de tan alto rango en la ciudad. Pero, Nehemías estaba más angustiado de ver las condiciones de la ciudad.

Una noche, sin que nadie supiera su propósito de la visita; se levantó junto con unos amigos y salieron a caballo para dar un recorrido a la ciudad. Nehemías vio que lo que quedaba de las murallas eran ruinas con las puertas quemadas. Encontró tantos montones altos de ceniza y de escombro, que ni su caballo podía pasar sobre ellas. Al siguiente día, llamó a los líderes y a los sumos sacerdotes de la ciudad, y les dijo: “Ven ustedes la pobreza de esta ciudad, y sin muralla alguna las puertas están abiertas para el enemigo. ¡Vamos, anímense! ¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén para que nadie se burle de nosotros!”

Entonces les contó cómo la bondadosa mano de Dios había estado con él, y cómo el rey les había mandado ayuda. Los dirigentes y la gente dijeron: “¡Manos a la obra!” Y unieron la acción a la palabra. Cada familia acordó construir parte de la muralla. Algunos hombres de dinero construyeron una parte larga, mientras otros escogieron una parte corta, y unos no hicieron absolutamente nada. Un hombre construyó solamente lo que abarcaba en frente de su casa. Otro construyó solamente lo equivalente a un cuarto. Mientras que  otro hombre y sus dos hijas, contrataron trabajadores para la construcción. La mayoría de los hombres en la ciudad y, hasta algunas mujeres, tomaron parte en la construcción haciendo lo que podían.

Pronto la noticia llegó hasta Judá y a sus alrededores, que se estaban levantando las murallas de Jerusalén de los escombros. A muchos, la noticia no les pareció  bien, ya que odiaban a los judíos y no creían en su Dios, y por eso no querían ver a Jerusalén convertirse en una ciudad poderosa. El líder de estos enemigos se llamaba Sambalat, el cual venía de Samaria, la ciudad donde envidiaban a los judíos. Sambalat dijo: “¿Qué están haciendo estos miserables judíos?” ¿Creen que se les va a dejar que reconstruyan y que vuelvan a ser poderosos? ¿Cómo creen que esas piedras quemadas, de esos escombros, van a hacer algo nuevo?” Y su siervo Tobías, que estaba junto a él, añadió: “¡Hasta una zorra, si se sube a ese montón de piedras, lo echa abajo!”

Los árabes del desierto y los filisteos y los asdodeos en la llanura, y los amonitas del este del Jordán, sabían que si la muralla se alzaba, ya no podrían entrar a robar y a saquear la ciudad. Así que acordaron atacar a Jerusalén y provocar disturbios en ella.  Pero, Nehemías oró para recibir la ayuda de Dios, y montaron guardias día y noche para defenderse de ellos. La mitad de los hombres de Nehemías trabajaba en la obra, mientras la otra mitad permanecía armada con lanzas, escudos, arcos y corazas. En algunos lados los que trabajaban en la reconstrucción llevaban la espada a la cintura para estar listos cuando fuera necesario. Nehemías andaba a caballo recorriendo la muralla con su sirviente a su lado cargando una trompeta. Nehemías les dijo: “La tarea es grande y extensa, y nosotros estamos muy esparcidos en la muralla, distantes los unos de los otros. Por eso, al oír el toque de alarma de la trompeta, cerremos filas. ¡Nuestro Dios peleará por nosotros!”

Pero, los enemigos no eran lo suficientemente fuertes para ir contra ellos. Así que Sambalat, Tobías, Guesén y el resto de los enemigos enviaron este mensaje: “Tenemos que reunirnos contigo en una de las poblaciones de la llanura cerca del Mar Mediterráneo, para que hablemos de este asunto”. Y Nehemías envió mensajeros a decirles: “Estoy ocupado en una gran obra, y no puedo ir. Si bajara yo a reunirme con ustedes, la obra se vería interrumpida”. Una y otra vez mandaron por Nehemías, pero se rehusó en ir. Finalmente, Sambalat envió una carta con el siguiente mensaje: “Corre el rumor entre la gente y Guesén lo asegura, de que tú y los judíos están construyendo la muralla porque tienen planes de rebelarse contra el rey de Persia. Según tal rumor, tú pretendes ser su rey. Por eso, ven y hablemos de este asunto, antes de que todo esto llegue a oídos del rey”.

Nehemías le respondió: “Nada de lo que dices es cierto. Todo eso es pura invención tuya”. Algunos de los judíos eran amigos con estos enemigos, y trataron de asustar a Nehemías. Uno de ellos fingió ser un profeta y le dijo a Nehemías: “Ve escóndete en el templo, porque tus enemigos vendrán a matarte en la noche”. Nehemías le dijo: “¡Yo no soy de los que huyen! ¡No me esconderé!”

Los hombres de Judá trabajaron con mucha seriedad y en cincuenta y dos días de principio a fin, terminaron con la construcción. Las puertas estaban puestas con guardias junto a ellas. Por fin, el enemigo no podía entrar. Y Jerusalén comenzó a salir de su estado de impotencia y debilidad, y se convirtió en una ciudad poderosa.