El camino a casa
PELIGRO EN EL MAR

Historia 18 – Hechos 27:1-28:1
Era el derecho de Pablo que se le diera un juicio delante del emperador Cesar. Esta opción que Pablo había escogido, lo forzaba a ir a Judea en Roma, Italia, donde el Cesar vivía. En esos tiempos no había barcos con horario fijo que salieran de ciudad en ciudad. Cuando alguien quería hace un viaje, tenía que esperar hasta que un barco zarpara a esa ciudad. Cuando se decidió que se navegara rumbo a Roma, pusieron encargo de Pablo y algunos otros presos a un centurión llamado Julio. Julio encontró un barco que estaba a punto de zarpar hacia los puertos de la provincia de Asia Menor. Pablo y sus amigos, el doctor Lucas y Aristarco de Tesalónica, zarparon en el barco. Cuando viajaron de Cesarea, Pablo había estado en prisión por más de dos años. Hicieron escala por un día en Sidón; y Julio con mucha amabilidad, le permitió a Pablo visitar a sus amigos que vivían allí para que lo atendieran. Desde Sidón navegaron al noroeste por la isla de Chipre en Asia Menor. Después de atravesar el mar frente a las costas de Cilicia, llegaron a Mira y de allí tomaron otro barco que traía un cargo de trigo de Egipto, el cuál iba de Alejandría a Italia. Durante muchos días la navegación fue lenta, y a duras penas llegaron a Creta; siguieron la costa sureña con mucho viento. Finalmente encontraron un puerto donde se quedaron por algunos días, pero se dieron cuenta que no era conveniente así que decidieron encontrar otro. Pablo les dijo: “Señores, veo que nuestro viaje va a ser desastroso y que va a causar mucho perjuicio tanto para el barco y su carga como para nuestras propias vidas.”

Pero el centurión, en vez de hacerle caso, siguió el consejo del timonel y del dueño del barco. Siguieron su viaje y el suave viento del sur empezó a soplar, navegaban cerca de la costa de la isla de Creta. En seguida el viento se convirtió en una tormenta, el barco perdió control y se desviaron de su curso. En la parte trasera del barco, había un bote salvavidas el cual lo trajeron a bordo. El viento hacía crujir el barco y por miedo que el viento se lo llevara lo amarraron con cuerdas para sujetarlo. La tormenta creció y llevó al barco en medio del océano. Tiraron a bordo todo lo que no era necesario para alivianar el peso del barco. Como pasaron muchos días sin que apareciera el sol ni las estrellas, y la tempestad seguía arreciando, perdieron al fin toda esperanza de salvarse. Llevaban ya mucho tiempo sin comer, así que Pablo se puso en medio de todos y dijo: –Señores, debían haber seguido mi consejo y no haber zarpado de Creta; así se habrían ahorrado este perjuicio y esta pérdida. Pero ahora los animo a cobrar ánimo, porque ninguno de ustedes perderá la vida; sólo se perderá el barco. Anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo, y me dijo: “No tengas miedo, Pablo. Tienes que presentarte ante el emperador; y Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo.” –Así que ¡ánimo, señores!

Ya habían pasado catorce noches a la deriva por el mar, cuando los marineros presintieron que se aproximaban a tierra. Echaron la sonda y encontraron que el agua tenía unos treinta y siete metros de profundidad. Más adelante volvieron a echar la sonda y encontraron que tenía cerca de veintisiete metros de profundidad. Temiendo que fueran a estrellarse contra las rocas, echaron cuatro anclas por la parte trasera y se pusieron a rogar que amaneciera. En un intento por escapar del barco, los marineros comenzaron a bajar el bote salvavidas al mar, con el pretexto de que iban a echar algunas anclas desde la proa. Pero Pablo les advirtió al centurión y a los soldados: “Si esos no se quedan en el barco, no podrán salvarse ustedes.” Así que los soldados cortaron las cuerdas del bote salvavidas y lo dejaron caer al agua. Estaba a punto de amanecer cuando Pablo animó a todos a que comieran: “Hoy hace ya catorce días que ustedes están con la vida en un hilo, y siguen sin probar vacado. Les ruego que coman algo, pues lo necesitan para sobrevivir. Ninguno de ustedes perderá ni un solo cabello de la cabeza.”

Dicho esto, tomó pan y dio gracias a Dios delante de todos. Luego lo partió y comenzó a comer. Todos se animaron y también comieron. Eran en total doscientas setenta y seis personas en el barco. Una vez satisfechos, aligeraron el barco echando el trigo al mar para que les fuera más fácil ir hacia tierra. Cuando amaneció, no reconocieron la tierra, pero vieron una bahía que tenía playa, donde decidieron encallar el barco a como diera lugar. Cortaron las anclas y las dejaron caer en el mar, desatando a la vez las cuerdas de los timones. Luego izaron a favor del viento la vela de proa y se dirigieron a la playa. Pero el barco fue a dar en un banco de arena y se estancó. La proa se encajó en el fondo y quedó varada, mientras la popa se hacía pedazos al golpeo de las olas. Al fin recobraban esperanzas para salvar sus vidas cuando se enfrentaron con otro peligro. Una de las leyes de Roma era que si a un soldado se le escapaban los presos que estaban bajo su cargo; tenían que dar su vida propia por haberlos dejado escapar. Los soldados temían que una vez que llegaran a tierra, los presos se escaparan. Así que pidieron al centurión permiso para matarlos. Pero Julio el centurión quería salvarle la vida a Pablo porque lo apreciaba, y les impidió llevara a cabo el plan. Dio orden de que los que pudieran nadar saltaran primero por la borda para llegar a tierra, y que los demás salieran valiéndose de tablas o de restos del barco. De esta manera todos llegaron sanos y salvos a tierra, ninguno perdió la vida. Cuando llegaron a tierra se dieron cuenta que estaban en la isla de Malta, la que está en el Gran Mar al sur de la isla de Sicilia.