El camino a casa
PABLO EN ÉFESO

Historia 13 – Hechos 18:23-20:1
El apóstol Pablo no se quedó mucho tiempo en Antioquía. Después de pasar un corto tiempo allí, comenzó otro viaje para recorrer las iglesias del área y lugares nuevos. Fue a Siria, un país cerca de Antioquía y después fue a Tarso, su lugar natal, iba siempre predicando a Cristo. Cruzó las montañas y entró al interior de Asia Menor hasta que llegó a Galacia. El pueblo de este lugar era muy abierto de corazón y dispuesto a escuchar cosas nuevas. Escuchaban con gusto lo que Pablo enseñaba y creían rápidamente lo que él decía. Pablo escribió más tarde que los habían recibido como a un ángel de Dios, como si fuera Jesucristo mismo, y estaban dispuestos a dar todo por él; realmente estaban muy alegres de tener el evangelio. Sin embargo, después que Pablo partió, un grupo de maestros judíos empezaron a decirles a los nuevos creyentes: “Ustedes tienen que convertirse en judíos y guardar todas las leyes judías con todas sus reglas acerca de la comida, las fiestas, los ayunos; si no obedecen las reglas no pueden ser salvos.” Así que de inmediato la gente se alejó de las enseñanzas de Pablo, y empezaron a adoptar lo que los maestros les habían dicho ya que ellos eran muy abiertos y dispuestos a cambiar. No estaban firmes en lo que Pablo les había enseñado, y el duro trabajo de Pablo, estaba a punto de ser destruido. Tan pronto como Pablo se enteró que se estaban desviando de la verdad del evangelio, les escribió esta carta: La Carta a los Gálatas, en la cual los reclama a Cristo y les hace entender que en él son libres y no tienen que ser esclavos de la ley. Los incita a que tomen la libertad que Cristo les ha dado.

Pablo pasó por Frigia y llegó a Éfeso. - ¿Recuerdas que Pablo visitó esa ciudad en nuestra historia anterior? Judit le dijo que sí.- Bueno, en esta ocasión se quedó en Éfeso por dos años predicando el evangelio de Cristo. En el principio predicaba en las sinagogas de los judíos diciéndoles que Jesús era el Cristo, el Ungido de Dios, Rey de Israel. Comprobaba esto con los profetas del Antiguo Testamento. Cuando los judíos no le escuchaban más y empezaban a hablar mal de Cristo, Pablo dejó de predicarles en la sinagoga, se fue a una escuela a predicar allí todos los días. Su esfuerzo llegó a ser bien conocido en Éfeso y hasta en los alrededores de la ciudad, que todos llegaron a escuchar la palabra de Dios. Dios hacía milagros muy grandes por medio de Pablo, a tal grado que se llevaban pañuelos y delantales que habían tocado el cuerpo de Pablo; y cuando los enfermos los tocaban quedaban sanos de sus enfermedades, los espíritus malignos salían de ellos. Todas estas obras maravillosas atraían multitudes y por medio del mensaje de Pablo la gente se convertía a Cristo. En la ciudad algunos judíos que andaban de lugar en lugar, trataban de expulsar espíritus malignos invocando el nombre del Señor Jesucristo diciendo: “¡En el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, les ordeno que salgan!” Un día, el espíritu les replicó: “Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?” Y abalanzándose sobre ellos, el hombre que tenía el espíritu maligno los dominó a todos.

Los maltrató con tanta violencia que huyeron de la casa, desnudos y heridos. Cuando se enteraron los judíos y los gentiles que vivían en Éfeso, el temor se apoderó de ellos al ver que los espíritus malignos temían el nombre del Señor Jesús, el cuál Pablo predicaba. Muchos de los que habían creído llegaban ahora y confesaban públicamente sus prácticas malvadas. Un buen número de los que practicaban la hechicería, amontonaron todos sus libros de hechicería y los quemaron, los cuales les habían costado mucho dinero. Así la palabra del Señor creció y se difundió con un poder muy fuerte. Muchos creyeron en Cristo y la iglesia en Éfeso aumentó en gran número.

Pablo empezó a sentir que su trabajo en Éfeso ya casi terminaba. Pensó que sería buena idea navegar a través del Mar Egeo y visitar las iglesias en Filipos, Tesalónica, y en Berea que estaban en Macedonia; ir a Corinto en Grecia, y después ir otra vez a Jerusalén. “Después de estar allí, tengo que visitar Roma.” Él dijo. Entonces envió a Macedonia a dos de sus ayudantes, Timoteo y Erasto, mientras que Pablo se quedaba por algún rato en Éfeso. Por aquellos días, se produjo un gran disturbio de lo que Pablo estaba predicando. En el centro de la ciudad de Éfeso había un templo el cual era uno de los más grandes y lujosos del mundo. Alrededor del templo había ciento veinte columnas de mármol blanco, cada columna era regalos de un rey. En el templo había una imagen de una diosa llamada Artemisa a la cual, gente de todas partes venía a adorar su imagen. Las personas compraban imagines pequeñas de oro y plata de la réplica de Artemisa para llevárselas a casa. La venta de dichas imágenes daba ingresos y trabajo a mucha gente que se dedicaba a trabajar el oro y plata; de este negocio, ellos sacaban buen dinero.

Un platero llamado Demetrio, que hacía esas figuras se reunió con otros obreros del ramo, y les dijo: “Compañeros, ustedes saben que obtenemos buenos ingresos de este oficio. Les consta además que el tal Pablo ha logrado persuadir a mucha gente, no sólo en Éfeso sino que en casi todas las provincias. Él dice que no son dioses los que se hacen con las manos. Ahora bien, no sólo hay el peligro de que se desprestigie nuestro oficio, sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa sea menospreciado, y que la diosa misma, a quien adoran toda la provincia de Asia y el mundo entero, sea despojada de su divina majestad.” Al oír esto, se enfurecieron y comenzaron a gritar: “¡Grande es Artemisa de los efesios!” En seguida toda la ciudad se alborotó. Gente iba corriendo por las calles gritando, una multitud se reunió aunque no sabían lo que había causado todo este alboroto. Había un lugar abierto con un gran hueco en las afueras de la ciudad, tenía asientos de piedra en tres lados. Usaban este lugar para juntas y le llamaban “el teatro.” Mientras la masa de gente se amontonaban en el teatro, Demetrio y sus hombres seguían gritando: “¡Grande es Artemisa de los efesios!” Arrastraron a Gayo y a Aristarco, amigos de Pablo que habían ido a la ciudad con él, y los llevaron hasta el teatro. Pablo quiso ir ante la multitud, pero los discípulos no se lo permitieron. Incluso algunas autoridades de la provincia, que eran amigos de Pablo, le enviaron un recado, rogándole que no se arriesgara a entrar en el teatro.

El alboroto continuó y después de dos horas, la multitud empezó a calmarse hasta que estuvo lista para escuchar. El secretario del consejo municipal les dijo: “Ciudadanos de Éfeso, ¿acaso no sabe todo el mundo que la ciudad de Éfeso es guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua bajada del cielo? Ya que estos hechos son innegables, es preciso que ustedes se calmen y no hagan nada precipitadamente. Ustedes han traído a estos hombres, aunque ellos no han cometido ningún sacrilegio ni han blasfemado contra nuestra diosa. Así que si Demetrio y sus compañeros tienen alguna queja contra alguien, para eso hay tribunal y gobernantes. Vayan y presenten allí sus acusaciones unos con otros. Si tienen alguna otra demanda, que se resuelva en legítima asamblea. Tal y como están las cosas, con los sucesos de hoy corremos el riesgo de que nos acusen de causar disturbios. ¿Qué razón podríamos dar de este alboroto, si no hay ninguna?” Dicho esto, calmó a la multitud y los despidió a todos.

Cuando se terminó todo el alboroto, Pablo mandó a llamar a los discípulos para aminarlos una vez más. Él había estado predicando en Éfeso por tres años; en ese tiempo escribió una carta para los romanos y dos para los corintios en Grecia. Estas cartas fueron aparte de la que le escribió a los Gálatas. Pablo zarpó de Éfeso para atravesar por el Mar Egeo hacia Macedonia, donde había predicado el evangelio antes de su segundo viaje.